CRíTICA: «La primavera»
Un homenaje al callado trabajo de la mujer en el campo
El director de fotografía marsellés Christophe Farnarier, afincado en Banyoles (Girona), se está haciendo un sitio propio dentro del cine contemplativo de autor. «La primavera» viene a completar, cinco años después, su extraordinaria ópera prima «El somni». En aquella fascinante película recogía la vida del pastor Joan Pipas, uno de los últimos dedicados a la trashumancia. El anciano tenía un joven ayudante llamado Martí Vila, que ahora reparece en «La primavera», estableciendo una conexión interna entre ambos títulos.
Aunque el cine de Farnarier se inscribe dentro de lo que es el documental creativo, «El somni» también podía entenderse genéricamente en su esencialidad como un western. Era un retrato de los grandes espacios y el pastor que vive inmerso en ellos, mitigando su soledad con una charla constante, en este caso a cámara. Sin embargo, el western no suele indagar en la vida doméstica, salvo tal vez John Ford, y por eso faltaba por mostrar lo que sucede en interiores.
Para llenar ese vacío cinematográfico surge «La primavera», que observa la vida de las mujeres que se quedan en la granja, mientras los hombres hacen fuera las labores propias del pastoreo. La protagonista absoluta es Carme Fajula, una mujer de campo que es todo lo contrario del pastor Joan Pipa, pues ella trabaja en un casi religioso silencio. La cámara estudia sus movimientos y gestos cotidianos, desde los más delicados a los más bruscos, porque no es lo mismo cocinar que cavar en la tierra, aunque ambas acciones formen parte de un mismo proceso vital que va de la huerta a la mesa.
En todos los quehaceres de Carme se descubre una actitud ritual, heredada de las generaciones que le han precedido conviviendo con las dificultades del medio rural, más aún en las montañas. Ella pertenece a los Pirineos Catalanes de la Sierra Cavallera del Ripollès, y sigue el sentido cíclico de la naturaleza, del que toma el título la película. Todos los años se repite el ritual colectivo de la matanza del cerdo o el esquileo de las ovejas, aunque la vida urbana altera ese ritmo, pues también mete horas en un restaurante.