Salvados los muebles, toca hacer recuento de víctimas. Al presidente de la Cámara de Representantes y republicano John Boehner le queda un telediario tras su desastrosa gestión del órdago. Pocos dudan de que será sacrificado en enero, cuando toca renovar el cargo de speaker que asumió al calor de la victoria republicana, en buena medida gracias al Tea Party, en las elecciones de medio mandato de 2011.

Por lo que toca a este movimiento ultralibertario, nunca una derrota fue tan dulce, ya que ha demostrado su capacidad de condicionar hasta el último segundo la política en EEUU.

A vuelopluma, los demócratas, y en concreto el presidente, salen triunfantes (el Obamacare no se toca) y sus perspectivas de cara a los comicios de medio mandato del año próximo son mejores, con lo que podrían arrebatar la mayoría de la Cámara de Representantes a unos republicanos enfrentados al dilema de repetir por tercera vez en unos meses su estrategia de confrontación -cuando se ha demostrado que nunca segundas partes fueron buenas- o granjearse la oposición interna, y que sería feroz, del Tea Party.

Pero, más allá, la crisis se ha llevado por delante la ya escasa, por no decir nula, popularidad de la clase política (los políticos de Washington), lo que sin duda beneficia más al discurso del Tea Party que a un Obama que llegó precisamente a la Casa Blanca con la aureola de un cambio en la forma de hacer política.

Y ha supuesto un golpe a la credibilidad mundial de la primera potencia mundial. En su día escribimos que a Obama le tocaría gestionar el lento declive del liderazgo de EEUU en el mundo. Quién iba a sospechar que tendría que enfrentarse a los que, desde casa, están empeñados en acelerar ese proceso. Porque esta vez el presidente les habrá vencido, pero está lejos de haberles convencido.