En Bariloche, refugio andino de los nazis, sigue imperando el silencio
Los habitantes de Bariloche mantienen un absoluto mutismo sobre su relación con los nazis, que encontraron en esta turística localidad argentina un refugio seguro. La muerte del oficial de las SS Erich Priebke ha vuelto a sacar a la luz la impunidad con la que vivieron.
GARA | BUENOS AIRES
Un «pacto de silencio» impera en la turística Bariloche, donde vivió plácidamente el nazi Erich Priebke, fallecido hace una semana los 100 años en su domicilio en Roma. De sonrisa fácil, trato amable y aspecto de abuelo bonachón, gozaba de prestigio por su activa labor en el Instituto Cultural Germano Argentino y en el asociado colegio Primo Capraro de Bariloche, el mayor centro turístico de invierno de Argentina en las estribaciones de la cordillera de Los Andes y rodeado de lagos cristalinos.
En un vídeo póstumo, el líder de las SS admitió su participación el 24 de marzo de 1944 en la Masacre de las Fosas Ardeatinas, cerca de Roma, donde fueron fusilados 335 civiles italianos y 75 judíos, argumentando que fue una «orden directa» de Hitler y que quien no la cumpliese sería fusilado. Priebke, extraditado a Italia en 1995 y condenado a cadena perpetua en 1998, llegó a Argentina en 1946 bajo el nombre falso de Otto Pappe, aunque luego utilizó su verdadera identidad, tal vez sintiéndose impune.
Fue uno de los cientos de nazis que hallaron refugio en Argentina tras la derrota del régimen hitleriano en la Segunda Guerra Mundial, a donde llegaron incluso altos jerarcas como Adolf Eichmann y Mengele o el exagente de inteligencia Reinhard Kops, que falleció a los 86 años en Bariloche bajo el sobrenombre de Juan Maler, pese a que organizaciones judías pedían su captura por crímenes contra la humanidad.
«Miles llegaron a Argentina entre nazis, otros alemanes, colaboracionistas de distintas nacionalidades; no hay manera de establecer un número exacto y, entre ellos, algunos cientos de criminales, que fueron o podrían haber sido llevados a un tribunal con cargos específicos», resaltó Sergio Widder, responsable para América Latina del Centro Simón Wisenthal, organización dedicada a la búsqueda de nazis. «Si bien la principal responsabilidad y el foco siempre se hace en los dos primeros gobiernos de Juan Perón, lo cierto es que la protección a los criminales nazis sobrevivió largamente, hasta el retorno a la democracia en 1983», añadió.
En contraste, a la mayoría de judíos que sobrevivieron al Holocausto y querían establecerse en Argentina, se les negó la entrada al país.
En este «paraíso» para los nazis, los descendientes parecen guardar «un pacto de silencio». «Nadie quiere contar la historia de sus padres o abuelos. Nadie quiere tener un nazi en la familia, ni siquiera muerto», afirma el escritor Abel Basti.
«Priebke no pinta nada aquí», dice con enfado Klaus Kitzmann, habitante desde hace 54 años de Hennigsdorf, la ciudad natal de Priebke, cuyos restos mortales aún no han recibido sepultura. Los vecinos se niegan a que sea enterrado ahí.