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ANULADA LA DOCTRINA 197/2006

Cuando prima la testosterona sobre la oxitocina

Lejos de aprovechar la primera sentencia para adecuar la política penitenciaria, el Gobierno respondió como se esperaba de él, impugnándola con dos cojones.

Iñaki IRIONDO

Los ministros españoles de Justicia e Interior intentaron ayer contrarrestar el bofetón recibido desde el Tribunal de Estrasburgo anunciando que ETA está derrotada. El problema es que su mensaje competía en abierta contradicción e inferioridad emocional con el de sus terminales mediáticos que -con portadas que atacaban casi todos los códigos periodísticos- presentaban la sentencia como una victoria de ETA y a los jueces del Tribunal Europeo de Derechos Humanos prácticamente como colaboradores de la organización vasca.

En la lucha contra ETA y los independentismos en general, el mensaje de los gobiernos españoles se ha centrado siempre más en la testosterona que en la oxitocina. Perdonen los bioquímicos pero reduzcamos la diferencia a que la testosterona simboliza la agresividad y la competitividad mientras que la oxitocina se asocia al amor, la empatía y el establecimiento de lazos afectivos. Esto, llevado a la política, se puede ejemplarizar en que en el proceso negociador de 2006 al PSOE no se le ocurrió mejor idea que poner en circulación un DVD en el que, en lugar de explicar los beneficios que un proceso de paz podría traer a toda la ciudadanía, se dedicó a intentar demostrar que José María Aznar y el PP habían hecho más concesiones a ETA en 1998 que ellos en esas fechas. Es decir, la negociación adquiría ya una connotación negativa. ¿Otro ejemplo? Cuando ETA anunció hace dos años el fin de la lucha armada, el mensaje oficial de Mariano Rajoy fue que era «una buena noticia», pero por todos lados salieron dirigentes del PP que, como el presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, dijeron que el comunicado de ETA les daba «asco» y nada en él inducía a pensar «en su derrota». Como lamenta tantas veces Jesús Eguiguren, un motivo de alegría lo convirtieron en una sensación de fracaso.

La primera sentencia de Estrasburgo de julio de 2012 sobre Inés del Río era la percha perfecta a la que cualquier estadista se hubiera agarrado para modular la política penitenciaria. En España, sin embargo, el Gobierno reaccionó como la opinión pública mal educada esperaba de él, impugnándola con dos cojones. Y ahora, los cuervos criados le piden que siga el mismo camino, no acatando el fallo con otros dos cojones, y declarando la guerra al Tribunal Europeo o, al menos, al juez español señalado en público como traidor a su patria por el mismísimo ministro de Justicia.

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