Mikel CHAMIZO

Un ambiente extraño, inusual, el del estreno de “Rigoletto” en la ABAO. Es bien conocido el carácter sobrio y parco en aplausos del público bilbaíno que acude a la función inaugural, pero durante toda la noche del sábado se vivieron arranques de apasionado entusiasmo en zonas muy localizadas del auditorio, que arrastraron al resto del respetable hasta lograr incluso la repetición de uno de los dúos, el “Sì, vendetta” de Nucci y Mosuc, que no estuvo tan extraordinariamente cantado como para justificar el bis. ¿Una claque? Quizá, pero la sensación que quedó fue la de un triunfo inflado. Nucci es un cantante casi legendario y su recreación del bufón Rigoletto es magnífica, pero le empiezan a pesar los años. Su desenvoltura tanto escénica como vocal ha perdido energía y, aunque se creció tras el intermedio, no atinó del todo con el punto incisivo y cruel del personaje. En cualquier caso, fue un lujo disfrutar de una voz verdiana como la suya, que atesora tanta experiencia y sabiduría.

Elena Mosuc no quiso ser una Gilda pusilánime, fraseando con carácter aunque su voz, más evidentemente al unirse a Nucci, no corría con fluidez por el enorme espacio del Euskalduna. Regaló sus mejores momentos a solas, como un “Caro Nome” arriesgado y delicioso que fue el hito vocal de la velada. Ismael Jordi, como era de esperar, convenció plenamente en los momentos líricos e íntimos, pero los arrebatos del “Questa o quella” o “La donna è mobile” pusieron su técnica al límite. El nivel de los comprimarios, salvo un buen Sparafucile de Bou, fue más que discreto.
No obstante, el mayor hándicap musical fue la dirección de Miguel Ángel Gómez-Martínez, sustituto del inicialmente previsto Daneil Oren. No es solo que su trabajo de concertación fuera de una rígidez problemática, sino que la característica sobriedad expresividad de Gómez-Martínez fue antitética de lo que se espera de un melodrama tan intenso como Rigoletto. Si a esto le añadimos la propuesta escénica de Sagi, funcional pero que tampoco dijo demasiado, tenemos un “Rigoletto” perfectamente gris que interesa exclusivamente por las voces principales.