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Antxon Lafont Mendizabal | Peatón

Octubres en la Historia

 

El Tiempo pide regularmente cuentas a la Historia de manera a evitar el posible pasmo debido a reincidencias que puedan tener repercusiones directas o indirectas sobre nuestra vida.

Fue un octubre cuando finalizó la Larga Marcha de las fuerzas populares chinas encabezada por Mao Tse Tung. El secuestro de Lasa y Zabala tuvo lugar en octubre y también en octubre fue excarcelado el general Galindo, del «GAL verde» o guardia civil, declarado responsable del secuestro y del posterior asesinato de esas víctimas, sin haberse arrepentido de sus crímenes. Un día del mes de octubre ETA anuncia el cese definitivo de su actividad armada. También en el mes de octubre un partido abertzale forma, con partidos de obediencia española, un frente contra otro partido abertzale bajo pretexto de facilitar la gobernabilidad de la CAV. En octubre Fagor presenta el preaviso de concurso de acreedores vulnerando la imagen del cooperativismo vasco. En octubre, el lehendakari se pone en evidencia en la Euskal Etxea de Nueva York. Ha sido en octubre cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos «tumba» la doctrina española Parot.

Estas efemérides, entre otras, tienen su importancia, directa o indirecta, en la Historia de Europa, de la siempre virtual Europa que acaba deambulando sin rumbo en el jardín de su futuro.

Cerca de nosotros, en la distancia y en el espíritu, un hecho histórico nos tendría que hacer reflexionar. En una Francia ocupada por un ejército alemán, centrado en París, el patético e intrigante líder de hecho del consejo de gobierno, Laval, consiguió que el 24 de octubre de 1940, Hitler y Petain, jefe de un Gobierno francés «exiliado» en Vichy, pequeña localidad del centro de Francia, se encontrasen en Montoire (Francia) inaugurando, de esa manera, la política de colaboración del Gobierno de Vichy con el invasor alemán. Francia liberada, Laval, después de ser juzgado, fue llevado ante el pelotón de ejecución que le fusiló el 9 de octubre de 1945. Petain fue también juzgado y condenado a la pena de muerte, sentencia que fue conmutada en detección a perpetuidad. Falleció en 1951.

Después de la entrevista de Montoire, el Gobierno de Vichy promulgó una serie de decretos dictados por las autoridades alemanas establecidas en París. Desde los primeros días, el nuevo gobierno marcó su apoyo a las grandes firmas privadas acompañado de la agresión verbal y política a los representantes de los trabajadores. Vichy fue suprimiendo el poder de las instituciones legalmente constituidas pero desbaratadas por alianzas y consensos que desnatu- ralizaron el deseo del ciudadano de a pie. El poder de París había ya colocado en el Gobierno de Vichy a sus adláteres que contribuyeron a propagar el interés de la felona colaboración pretextando facilidades de gestión que no se manifestaron.

Progresivamente París imponía sus voluntades y su política represiva (agosto 1941) por medio de una jurisdicción ad hoc contra los «terroristas» denominación aplicada por Vichy a la resistencia francesa a la ocupación alemana y a la política de pactos colaboracionistas.

Siguió la elaboración de una política penitenciaria de castigo acompañada de operaciones represivas, asociando las milicias francesas de Vichy a las fuerzas «del orden alemanas», ambas multiplicando violaciones de domicilios y otras intrusiones y detenciones. Día a día el Gobierno de Vichy era un gobierno fantasma, sonajero entre las manos del poder alemán. Hitler designaba comisarios y delegados franceses implantados en Vichy con la misión de informar de cualquier suceso, por nimio que fuera, que pudiera ser valorado como hostil al ocupante que estableció una comisión de control del pacto de gobierno.

La colaboración estaba firmemente apoyada por intereses empresariales privados que esperaban ser recompensados por la recuperación de sugestivos mercados prometidos, que no llegaron. Los colaboracionistas anteponían los imperativos económicos a los identitarios. «La colaboración económica servía de base a la colaboración política» (R. Bourderon).

De 1940 a 1945 se revelan dos personajes, que se detestaban, interpretando el mismo drama con dos autores. El Mariscal Petain, héroe de la guerra 14-18 y embajador en 1939 a sus 83 años en la España de Franco, zozobraba en su senescencia como un personaje shakesperiano. Laval, converso proveniente de la izquierda radical, y arribista pasaba de ser partidario de la soberanía francesa a la sensibilidad de maurrasiano colaboracionista con la Alemania de Hitler. Su ambición fue explotada por los políticos que así encontraron al ejecutor de bajas obras contra los partidos soberanistas franceses. Laval correspondía más a los personajes de Marlowe, que acaban en la ruina ética e incluso moral.

El ocupante alemán se preocupó a pesar de su tiranía, de dar la impresión de quedar al margen de la organización de ese Gobierno francés. La operación Vichy correspondía a los deseos del ocupante instalado en París, tranquilizado por la pactada mayoría francesa de diseño que neutralizaba cualquier debate sobre la soberanía.

Durante los cinco años, aquí brevemente expuestos, un grupo de patriotas franceses se opuso a Vichy. Felizmente para Francia esos resistentes nunca aceptaron pactar con el adversario ocupante con el que colaboraron traidores, declarados adversarios de compatriotas que luchaban por el respeto de su soberanía.

Todavía quedan brasas de aquel tipo de hechos históricos que conviene controlar por la facilidad con la que todavía se pueden atizar.

Cuando la Historia se compone de envilecimientos, sin sacar lecciones de lo vivido, solo se vive de historias.

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