MIKEL ALVIRA | ESCRITOR
«Me apetecía meter el dedo en el ojo y dejar clara mi opinión sobre la transición»
Mikel Alvira (Iruñea, 1969) es un escritor de gran inquietud creativa y continua reflexión, tanto en prosa como en poesía. En «El Silencio de las Hayas» ahondaba en la condición humana y en «Llegará la lluvia» abordaba las relaciones personales, algo a lo que vuelve en su nueva novela, «En la tierra de los nombres propios» (Ttarttalo).
Alvaro HILARIO | BILBO
La editorial Ttartalo acaba de llevar a las librerías la última novela del prolífico autor navarro Mikel Alvira, «En la tierra de los nombres propios», un interesante relato, no exento de intriga, sitúado entre 1971 y 1984. Una familia compuesta por madre, padre y tres hijos es el centro de la acción, donde sobresalen Julia, maestra y pedagoga, y Peio, el hermano pequeño, aquejado de síndrome de Down.
Llama la atención que aunque la acción esté sitúada entre los años 1971 y 1984, años convulsos en nuestra historia reciente, no sea aquella coyuntura la protagonista del libro.
Es el telón de fondo, el contexto histórico. No es una novela sobre la transición, pero sí que, de alguna manera, a mí, como autor me apetecía abordar ese período y, por boca de mis personajes, dejar claro cuáles son mis convicciones respecto a esa época, una época que solemos caracterizar como de convulsa pero nos quedamos ahí. Yo creo que hay que decir muchas más cosas: se abrieron muchas puertas que no se cerraron y, treinta y cinco años después, se ve que están incompletas, o que están sin cerrar; como la propia Constitución (un apaño que se hizo en el 78 y que aunque sea calificada de garantía, más bien creo que es un lastre), la jefatura del Estado (algo que nos vino impuesto y donde no tuvimos ni voz ni voto), el concepto de autonomía y el reparto de autonomías, la Ley de partidos. También otra cuestión, que ocupa más lugar en el libro, que es la educación: un estado que no hace de ella una de sus razones de estar es un estado donde no merece la pena vivir. Aunque aparece ese contexto histórico, no es una novela histórica sobre ese período, pero me apetecía meter el dedo en el ojo y dejar clara mi opinión sobre el mismo, un período fruto de muchas insatisfacciones.
Es novedoso respecto a otras obras de creación realizadas en Euskal Herria, contextualizadas en esos mismos años, que los protagonistas no estén adscritos a ninguna postura extrema: es gente normal, crecida en la dictadura, con miedo y aún sin renunciar a sus ideas no quiere tener problemas. Es una novela protagonizada por gente corriente, no por héroes.
Los personajes son muy cotidianos; de hecho, creo que hay ciertas dosis de costumbrismo en ellos y, efectivamente, no son ni víctimas ni verdugos. Van viviendo los acontecimientos que les caen encima sin descifrarlos demasiado y, sobre todo, sin tomar partido. En cierta medida, cuando me fijo en el paisaje de los años 70, me fijo en el paisaje de mi niñez: entonces era un crío (soy de 1969) que iba viendo acontecimientos sin ser capaz de entenderlos; ahora, treinta y cinco o cuarenta años después, es cuando tengo la perspectiva suficiente para interpretarlos, descifrarlos. A mis personajes les pasa un poco esto: viven en una suerte de inocencia que les hace no posicionarse y conformarse casi con sobrevivir. Creo que, tristemente, es la mayoría de la población la que en aquel período vivía aletargada y hoy también lo hace. Igual luego necesitaremos otros treinta y cinco años para comprender lo que está sucediendo hoy en día.
Los personajes están muy bien definidos (qué hacen, cómo lo hacen, qué piensan). Dice que son sus vehículos de expresión. ¿A qué patrones responde esta familia tipo de padre, madre y tres hijos y quienes les rodean?
Padre, madre y tres hijos y aquello que les rodea hasta lograr una novela coral. He intentado no caer en estereotipos manidos, aunque sí que responden a muchas de las conductas que encontramos en nosotros mismos o en la gente de nuestro entorno. No son héroes, son personajes del día. Para mí el caracterizarlos, el trabajar sus reacciones, su sicología... Es la manera de crear los pilares de la novela. No sé si son personajes al servicio de una acción o si es una acción fruto de estas características, de estos personajes.
En ese sentido, es muy correcta la ambientación de los años 70 y 80 a través del habla de los personajes, de los elementos de la vida cotidiana que aparecen, como los tebeos del Capitán Trueno.
Los tebeos, los coches... Las referencias a un Benito Lertxundi o un Mikel Laboa que, hoy en día, los damos por hecho en nuestro paisaje y, sin embargo, para mis personajes es el momento en el que los descubren: Oskorri, Laboa, Lertxundi están apareciendo en esos años. Los aparatos, los electrodomésticos... Es una manera de hacer veraz la atmósfera en la cual se mueven; una manera mía de aportar datos de la vida cotidiana con los que los lectores se pueden identificar y, así, es más sencilla la empatía entre el lector y el personaje.
El libro se lee muy a gusto, a pesar de lo cual aparecen una infinidad de temas (la educación, el síndrome de Down, la familia, el amor, el significado del trabajo...) que usted trata de un modo muy ameno.
El hacerlo ameno o ágil es el modo en el que yo sé escribir. Es por esto que me alegra cuando me dicen que el libro engancha o que es ameno, o ágil, pese a que, como tú dices, hay muchos temas y quizás por eso, porque es una novela coral en cuanto a personajes y coral en cuanto a temas que se abordan sin ninguna pretensión por mi parte: no es ningún ensayo sobre la sociedad, la política o la educación, sino unas pinceladas que hacen más verosímil el período que estamos tratando. El de la educación, en concreto, sí tiene peso porque unos de los personajes, Peio, tiene síndrome de Down, un personaje que se ve fuera del sistema educativo. Además, 35 años después vemos con la Ley de Educación, con el señor Wert, que estamos recobrando ese rancio tufillo que, en los 70, parecía que habíamos dejado atrás.
Volviendo al ritmo del libro. Entre todas estas historias y temas encontramos una línea de suspense, de intriga, con la que juega para hacer atractiva la lectura.
Ahí me sale la vis más novelera (no novelista, novelera) y, obvio, establecer un punto de intriga a lo largo de todo el libro, o de incertidumbre, como pueden ser los distintos amores de Julia, la protagonista, o, en concreto, el turbulento caso de Evaristo, el sindicalista, hace que sirva de columna vertebral narrativa a la novela y que, efectivamente, el lector se enganche para saber cómo se resuelve ese puntito de intriga.
«Creo que, tristemente, es la mayoría de la población la que en aquel período vivía aletargada y hoy también lo hace»
«Hacer el libro ameno o ágil es el modo en el que yo sé escribir. Es por esto que me alegra cuando me dicen que engancha»
«Treinta y cinco años después vemos con la Ley de educación, con el señor Wert, que estamos recobrando ese rancio tufillo que en los 70 parecía que habíamos dejado atrás»