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La de las mujeres kurdas de Siria es una revolución por partida doble

«Me casé a los 14 años y a los 20 ya tenía cuatro hijos» recuerda Nafia Brahim. A sus 50 años, esta kurda de Siria trabaja para que ninguna otra mujer deje de ser dueña de su propio destino

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Karloz ZURUTUZA | QAMISHLO

Brahim es una de las doce componentes de la asamblea que gestiona el Centro para la Formación y Emancipación de la Mujer de Qamishlo, a 680 kilómetros al noreste de la capital siria. Aparentemente, se trata de una acción multidisciplinar: «Organizamos talleres de alfabetización en lengua kurda pero también de costura, informática, gimnasia para embarazadas... todo dirigido por y para mujeres», explica a GARA. El curso más demandado, afirma, es el de «mujer y derechos».

«La emancipación de la mujer empieza por que ésta comprenda que tiene derecho a emanciparse; a ser un individuo capaz de dirigir su propia vida», subraya la voluntaria con el entusiasmo de alguien que pasó por dicho proceso no hace mucho.

No ha sido fácil. Tras el levantamiento de 2011 contra el Gobierno de Siria, los kurdos apostaron por una neutralidad que los ha llevado a enfrentarse tanto al Gobierno como a la oposición. No obstante, desde julio de 2012 controlan las zonas donde son mayoría, al norte del país, donde disfrutan de unos niveles de autogobierno que les permiten desarrollar iniciativas como la de los centros para la mujer.

Por el momento, el papel que ésta juega en esta región es palpable desde el mismo liderazgo del PYD -Partido de la Unión Democrática-, el dominante entre los kurdos de Siria: «Todas nuestras organizaciones están vertebradas en cuotas de un 40% para mujeres, otro 40% para hombres y un 20% para individuales, independientemente de su sexo», comenta a GARA Asia Abdala, co-presidenta del PYD. Las razones para ello, añadía, hay que buscarlas en la «doble» revolución de los kurdos de Siria:

«Por un lado, están nuestras reivindicaciones como pueblo, salvajemente represaliado por Damasco durante décadas; por otro, las de la mujeres en su conjunto. Y no vamos caer en el error de esperar a que acabe esta guerra para recuperar nuestros derechos», sentencia antes de añadir que ya son 16 los centros de asistencia a la mujer distribuidos por Kurdistán Occidental.

Pero también visten el buzo verde de la recién creada Policía kurda, el azul del servicio de recogida de basuras o el uniforme de camuflaje de las Unidades de Protección Popular -una milicia convertida ya en un auténtico ejército-. Son periodistas en formación en una zona guerra, profesoras de asignaturas antes prohibidas... activistas todas ellas, contagiadas de la febril actividad en una región, la de los kurdos de Siria, que pasa del ostracismo más absoluto a liderar un movimiento social sin precedentes en Oriente Medio. Y de la noche a la mañana.

Violadas y repudiadas

Si bien los avances han sido sustanciales, todas en el centro de Qamishlo saben que la suya será una carrera de obstáculos: «Desde que abrimos este centro hace casi dos años hemos asistido a más de 150 mujeres. La mayoría huían de un matrimonio no deseado, muchas de ellas eran niñas», recuerda Faiza Mahmud, una asamblearia de 55 años.

«N. Z. casada a los 15 con un hombre de 37 que la golpeó y se llevó al hijo de ambos», lee Mahmud desde su libro de registros. «R.T, de 16, violada y abandonada en Turquía por su marido de 43... son decenas de casos como estos. Les ofrecemos apoyo legal y económico y mediamos con las familias para que se integren en una sociedad que las ha rechazado», relata la más veterana del grupo junto al enorme mural de Abdula Ocalan, el líder encarcelado del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

«Ocalan ha sido el único líder en Oriente Medio que ha defendido los derechos de la mujer», asegura enérgica Mahmud.

A pesar de la cercanía ideológica con los kurdos al otro lado de la frontera, Nuha Mahmud explica que también hay árabes y cristianas entre las que se acercan al centro en busca de ayuda.

«A menudo tenemos que mediar con la diócesis local para que facilite un divorcio ya que para los cristianos es mucho más complicado que para los musulmanes», explica esta voluntaria de 35 años «felizmente casada». En los siete meses que lleva trabajando aquí, Mahmud dice haber asistido a un gran número de víctimas de violencia sexual. «Son casos terribles porque la mujer violada, a menudo menor de edad, es incluso repudiada por su familia», añade. Lamenta que muchas de las afectadas no reconocen haber sido objeto de asalto sexual.

Su testimonio es corroborado por el informe de mayo de 2013 de la Federación Internacional de Derechos Humanos, un colectivo integrado por 178 organizaciones de más de 100 países.

Dicho estudio denuncia el elevado número de violaciones cometidas en Siria tanto por el Gobierno como por la oposición, un factor que, según la investigación, constituye la principal razón de la huida del país de muchas mujeres sirias. Asimismo, constata que «el estigma social sobre las víctimas de violencia sexual sigue siendo muy fuerte entre la sociedad siria».

A sus 16 años, Aitan Hussein conoce esa realidad muy de cerca. La más joven del grupo es, según sus compañeras, «pieza clave» en los procesos de asistencia a adolescentes de su misma edad.

«El trabajo conjunto entre mujeres de diferentes edades me permite tener una visión global de lo que ha tenido que sufrir cada generación», explica Hussein, quien compagina su labor en el centro con sus estudios de secundaria. Esta precoz activista dice sentirse afortunada ya que su familia «no le impondrá ni matrimonio ni carga extra de ninguna clase». Pero no parece ser suficiente para ella. «No puedo quedarme cruzada de brazos mientras se sigue abusando de las mujeres a mi alrededor», resalta la joven kurda. «Tenemos que seguir luchando para que nada de esto vuelva a ocurrir, ni aquí ni en ninguna parte».

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