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La privacidad, ¿un lujo del pasado?

Ni el mismo George Orwell se lo habría imaginado, pero el hecho es que en el mundo en que vivimos la realidad se ha convertido en algo más extraño e inquietante que la ficción. Las autopistas de la información, en teoría, podrían haber creado un mundo totalmente transparente, pero las agencias de espionaje, las grandes corporaciones y los gigantes de las nuevas tecnologías les han ido dando capas de opacidad, secretismo y engaño. La gente normal está expuesta, es investigada y se ha convertido en un libro abierto. A veces en nombre de la seguridad y de la prevención de ataques, otras en beneficio del comercio. El espionaje sistemático y la masiva recopilación de los datos de ubicación de los teléfonos móviles, de los números marcados y recibidos, de las direcciones de e-mail, todos estos metadatos dan una fotografía más real de la vida privada de las personas que la transcripción de unas cuantas conversaciones telefónicas.

Si algo está poniendo de manifiesto el escándalo de espionaje masivo destapado por Edward Snowden, además de toneladas de hipocresía, mentiras y afirmaciones de indignación fingida, es que no se espiaba a «sospechosos de terrorismo». Empresarios, políticos, presidentes y cientos de millones de ciudadanos eran objetivo de las agencias de inteligencia. Las conversaciones telefónicas, los post de Twitter, los e-mails y los mensajes de texto eran significativa y sistemáticamente recopilados. ¿Se debe asumir como inevitable que las conversaciones de la gente sean controladas? ¿Es la privacidad un lujo del pasado?

Los márgenes de la privacidad se han vuelto muy borrosos. A los ciudadanos prácticamente se les desnuda en los aeropuertos, las alegrías y los tormentos internos se comparten en redes sociales. La privacidad en esta era digital implica saber que nadie puede vivir sin dar información. Y que haciendo eso, uno puede perder fácilmente el control de su propia información.

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