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Raimundo Fitero

Tai-chi

 

Reconozco que por edad, condición social y antecedentes médicos, debería ser un experto en tai-chi. Siempre he mirado embelesado los miles de reportajes sobre esta actividad socio-deportiva-mística, que tanto proliferan en los canales televisivos. Es más, esta práctica ancestral está ligado en mi memoria emocional con Nueva York. No he estado nunca en Nueva York, pero me siento un neoyorquino más. He visto tantas películas, series y reportajes sobre esa ciudad de ciudades que seguro podría ir por sus calles simplemente siguiendo los espacios donde se practica el tai-chi.

Por eso cuando todos los medios de información, intoxicación o exaltación sin excepción, reproducen con categoría de importante noticia que Lou Reed murió «mirando a los árboles y haciendo una postura de tai-chi», me conmuevo. Por mucho que su viuda quiera paliar su dolor transmitiendo esa imagen bucólica, de buen rollo, no nos produce mucho alivio. Es más, si solamente se leen algunos titulares, que es lo normal, habitual y a este punto de deficiencia comunicativa hemos llegado, muchos pueden pensar que murió por culpa precisamente de esa postura de tai-chi.

Porque lo que parece muy sencillo, una serie de movimientos coordinados, que practican los ancianos, aunque no sean asiáticos, en los parques neoyorquinos, se convierte en su desarrollo en un ejercicio que traslada energías de una parte a otra de nuestra humanidad misma y puede crear atascos en los puntos más conflictivos de trasiego, articulaciones, partes blandas y un largo etcétera, por lo que se recomienda no tomar el rábano por las hojas y no creerse que viendo esos miles de reportaje se puede uno iniciar en ello sin ayuda de un guía espiritual, emocional, físico, que te enseñe a respirar a canalizar las fuerzas enfrentadas.

Yo hago eso en mi sofá, con mi mando a distancia, mi rabia contenida, porque hay demasiados momentos de la programación global, que es infumable, un dolor, un desastre. Pero respiro hondo, me voy a la teletienda, después a algún canal local y vuelvo a tomar el pulso a la vida. Pongan cualquier canción de Lou Reed y déjense de tonterías místicas de las que hacen los neoyorquinos jubilados.