Martin Garitano Larrañaga Diputado general de Gipuzkoa
Es tiempo de cooperar
No es el modelo el que ha fallado. Va a ser más trabajo cooperativo, más comprensión con los problemas del compañero, más compromiso con el bien común, más idea de pueblo y sociedad lo que nos va a ayudar a remontar el vuelo
Las dramáticas circunstancias por las que atraviesa Fagor Electrodomésticos, matriz de la experiencia cooperativa guipuzcoana, merecen una reflexión, despejar muchas dudas y también un ejercicio de prospección para abrir paso al futuro.
La reflexión se refiere, sin duda, a las causas y los azares que han llevado a la que fuera madre del complejo cooperativo vasco al borde del precipicio, arrastrando tras sí a miles de trabajadoras y trabajadores, no solo a cooperativistas, ni siquiera a vecinos de Debagoiena. La onda expansiva de FED alcanza a más personas y más territorio.
Dejemos a los chamanes de la economía que nos expliquen lo pasado. Que nos hablen del mito del crecimiento sin límite como garantía de supervivencia y riqueza, de las consecuencias fatales de la crisis sistémica que ha sacudido la economía global, del reventón de la burbuja inmobiliaria, de las lujosas condiciones de trabajo no equiparables a la explotación sin vergüenza de trabajadores y trabajadoras en países lejanos... Dejemos a los gurús que nunca aciertan a tiempo vocear que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades; que no era razonable que simples currelas esquiaran, viajaran o dispusieran de una autocaravana; que hemos vivido un sueño y que, llegada la hora de la verdad, la carroza ha vuelto a ser calabaza y los caballos blancos se nos muestran como en realidad eran: ratoncillos grises. Dejémosles la inútil tarea de reescribir el cuento de la Cenicienta. Un ejercicio que no aporta nada en esta hora.
Lo urgente ahora es evaluar las consecuencias -las directas y las diferidas- del golpe recibido. Contemos las bajas, midamos las consecuencias en el tejido productivo y asistencial, el impacto social, el familiar y también el psicológico, en tanto que motor de las personas que estamos llamadas a levantar de nuevo el velamen y emprender un nuevo periplo en este barco que es Gipuzkoa, que es Euskal Herria, y en el que todas y todos estamos enrolados.
A nadie se le escapa advertir la gravedad de la situación. Miles de empleos están es riesgo extremo; muchas familias se ven abocadas al drama del paro; el comercio y la hostelería sienten o temen un futuro más difícil que el presente. Y, como siempre, los más débiles reciben el golpe sin coraza que les proteja. Ahí están los contratados temporales, los pequeños proveedores, las asistentas sin contrato, los de la mala edad, que no se ven con energía para emprender ni llegan al retiro... Mucha -demasiada- gente afectada por este desastre.
Escribo con pasión, porque conozco esta tierra y a sus gentes, porque siento a flor de piel la sensibilidad de quienes hace muchos años tomaron parte en la ilusión de ser partícipes de la creación de riqueza; de quienes tuvieron la claridad de proclamar que el trabajo estaba al servicio de la persona y cada individuo al servicio de la colectividad. No puedo evitar una cierta emoción al recordar cómo una magnífica movilización social dio a luz en este pequeño rincón de Europa un modelo participativo, imperfecto y mejorable, sin duda, que ha querido poner a las personas por delante del dinero. Que ha preferido arriesgar al socializar las decisiones a dejar el futuro en manos de elites que sólo buscan el lucro personal.
Y ahora, cuando corremos el riesgo de caer en el desánimo, quisiera poner en valor la máxima de Ignacio de Loyola -tal vez sólo en esto comparta opinión con el personaje en cuestión- cuando sentenció: «En tiempo de desolación, no hacer mudanza».
Vivimos días difíciles, muchas noches de insomnio, lágrimas, mal humor y angustias. También corremos el riesgo de la insolidaridad, del fatídico sálvese quien pueda, del decaimiento. Y habrá quien piense que es el modelo el que ha fallado, que en el océano neoliberal no puede navegar sin naufragar un cascarón de trabajadores autogestionados... Repensemos la idea del de Loyola.
No es el modelo el que ha fallado. Habrá que sumar decenas de elementos para comprender el porqué de lo ocurrido. Pero en ningún caso ha fracasado la idea de la solidaridad, del acierto de las decisiones compartidas, de la participación de todas y todos en lo que es de todas y todos. No es el modelo horizontal del trabajo el que ha fracasado. Diría más: son precisamente esos conceptos los que nos van a sacar de este socavón. Va ser más trabajo cooperativo, más comprensión con los problemas del compañero, más solidaridad entre trabajadores, más compromiso con el bien común, más idea de pueblo y sociedad lo que nos va a ayudar a remontar el vuelo.
Debagoiena, Gipuzkoa, Euskal Herria en su conjunto, somos quienes aquí vivimos, las personas. Tenemos una historia y un futuro por escribir. Lo haremos como lo hicieron quienes nos precedieron, con tesón y con valores de progreso. No es tiempo de mudanza, sino de renovación. De recuperar valores que el tiempo pudo ajar y ponerlos de nuevo en valor.
Recuerdo la reciente visita del querido Pepe Mugica, presidente de Uruguay, a Arrasate. La conversación terminó con un cariñoso «Martín, tenemos que organizar una cooperativa».
Hagamos un poco de caso a Ignacio de Loyola y no caigamos en la tentación de echar por tierra lo que tanto ha costado levantar. Y hagamos mucho caso al preclaro Pepe Mugica, ejemplo de constancia, honradez y éxito, y volvamos al trabajo. Con imaginación y cooperación. Ahí nos encontraremos.