Nada por aquí... todo por allá
Casi noventa años después de su (absurda) muerte, Harry Houdini (1874-1926), mantiene viva su leyenda. Considerado como el más grande ilusionista de todos los tiempos, auténtico ídolo de masas e icono mediático de su época, su magnitud y su ego encuentran fiel reflejo en sus escritos, recopilados en el volumen «Cómo hacer bien el mal», que Capitán Swing acaba de editar en castellano.
Jaime IGLESIAS
L«Cómo hacer bien el mal» (sugestivo aunque engañoso título), no es un libro que, en principio, aparezca demasiado alejado del espíritu que inspira esos «fast books» que, redactados por las celebrities del momento (cocineros, políticos, presentadores televisivos y demás fauna), pueblan actualmente los estantes de cualquier librería, utilizando como reclamo la fama de quien los firma. Y con no ser una obra tan alejada en espíritu de éstas sí lo es, sin embargo, en contenido, dado que la época que evoca (los albores del siglo XX), que es la de su protagonista y autor, resulta mucho más fascinante que la actual por ser unos años en los que aún se profesaba una cierta inocencia y una capacidad de asombro que hábilmente explotada por los espectáculos de masas, encumbraban como ídolos globales a personajes como el propio Harry Houdini: el más grande ilusionista de todos los tiempos, y quien dice ilusionista dice escapista ya que ésta era su verdadera especialidad y la que causaba pasmo en espectadores de todo el mundo, al punto de haber perpetuado su leyenda hasta la actualidad.
Siendo interesante como testimonio de una época febril y de la personalidad de un mito sin fecha de caducidad (al contrario que los famosos de hoy, flores de un día), «Cómo hacer bien el mal» también pone de manifiesto cómo en aquellos años la literatura tenía un valor, a ningún juntaletras indocumentado se le ocurriría (como sucede ahora) sacar un libro concebido única y exclusivamente como vanagloria, con independencia de si su fama estaba bien o mal fundamentada. Al Harry Houdini escritor se le detectan limitaciones discursivas (las propias de quien adoleció de una formación intelectual al uso) y un ego torrencial, pero eso no quita para reconocerle respeto por el lector en la construcción de un relato interesante cuando no directamente apasionante.
«Cómo hacer bien el mal» (que da título al volumen) es el nombre del último de los escritos que recoge este libro. En él, con ánimo didáctico, Houdini previene al lector de su época (aunque bien mirado se trate de un compendio de recomendaciones que no ha perdido su vigencia) de los ardides usados más frecuentemente en la perpetración de delitos. Todo un catálogo de trucos criminales que el propio ilusionista fue asumiendo tras entrevistarse con delincuentes y policías de cara a admitir sus posibilidades y aplicarlas en sus números de magia. La fina línea que separa lo real de su representación, o de la «performance», queda deliciosamente diluida en estas páginas.
También «Bajo las pirámides» (relato que abre el libro) está imbuido de esa mecánica del artificio, de la sugestión, hasta el punto de inferir como real (dado que Houdini aseguró que todo lo que contaba en estas páginas partía de una experiencia vivida por él en primera persona), lo que a todas luces se intuye una creación literaria. El misterio quedó resuelto en 1939, trece años después de la muerte de su autor, cuando se supo que dicho relato fue escrito por H. P. Lovecraft, lo que demuestra hasta qué punto Houdini tenía en estima al respetable público, pues incluso a la hora de endosarle una fantasía de estas dimensiones como vivencia personal, acudió al mejor de los «negros» posibles.
El resto de los artículos y narraciones del gran mago recogidas en el presente volumen sí que se prestan más a ser asumidas como producción propia, en tanto su valor literario es bastante más limitado. Gozan, eso sí, del interés de la confidencia y la revelación pues en ellos, con tono admirativo, el propio Houdini construye un anecdotario de habilidades circenses como la ingesta de sables, de piedras, el liberarse de nudos, etc. ejemplificados, eso sí, en el trabajo de otros colegas, nunca en el suyo propio. A pesar de usar su nombre como reclamo para el gran público, Houdini fue siempre un celoso preservador de su metodología como ilusionista, de ahí que aunque en estas páginas flirtea con la posibilidad de revelar al lector alguno de sus fabulosos trucos, al final se abstiene de hacerlo: su ego no da para tanto. Este hecho lejos de restar interés al presente libro, lo enaltece como proyección de la arrolladora personalidad de quien lo escribe. Tal y como afirma el escritor E.L. Doctorow: «Es como si todo su ser y su porte expresara: Yo soy quien soy. Soy el más grande, soy Harry Houdini».
Y si bien es cierto que semejante ego le procuró a Houdini un mutismo absoluto sobre sus trucos, confiriéndoles una naturaleza no de argucias sino de maestrías, eso no le privó de consagrarse ante la opinión pública desenmascarando los dones de otros, especialmente de médiums y espiritistas, contra los que libró una feroz y desaforada cruzada. Esta batalla dio para un escrito absolutamente fascinante de Arthur Conan Doyle (incorporado como prólogo a la presente edición) donde el creador de Sherlock Holmes se interroga sobre la naturaleza sobrenatural de los poderes del propio Houdini como razón última de su desautorización de la competencia.
Por este y otros muchos aspectos, estamos ante un libro cautivador, ante un auténtico manual de subversión pergeñado por una de las personalidades más fascinantes del siglo XX, un hombre que, fiel a su leyenda, tuvo una muerte misteriosa por absurda y poco clara que, quizá, merecería un capítulo aparte en este tentador tratado de lo hipotético.