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Juicio a Morsi: farsa que evoca una humillación

Hoy comienza el juicio, si puede llamarse así una puesta en escena que busca explícitamente evocar la derrota y la humillación de los Hermanos Musulmanes, del expresidente egipcio Mohamed Morsi. Desde el golpe de estado del pasado tres de julio, Morsi ha estado incomunicado del mundo exterior y los militares no han hecho público el lugar donde está detenido. Durante estos cuatro meses, la Junta militar egipcia no ha parado en su campaña sistemática para desmantelar la Hermandad. Virtualmente todos sus líderes están en prisión. Miles de sus seguidores han sido muertos o están presos. Sus miembros y simpatizantes son vilipendiados como «terroristas». Sus activos, confiscados. Sus medios de comunicación cerrados y sus seguidores se ven abocados a agruparse furtivamente para luego desafiar públicamente a los golpistas, una protesta que arreciará durante el juicio.

Horas antes de que comenzará el juicio, en un gesto de apoyo explícito al gobierno que dirige el nuevo «faraón», el general al-Sisi, el secretario de de Estado de EEUU aterrizaba en Egipto en su primera visita tras el secuestro y desaparición del presidente electo Morsi. Habló de estabilidad y de democracia, de forzar las relaciones entre países aliados. Tras unas horas en Egipto puso rumbo a Riad, donde le esperaban los saudíes con descontentos notorios: abandonar a Mubarak, cooperar con los Hermanos Musulmanes, no bombardear Siria o estar hablando con Irán. Pero aunque la influencia estadounidense en la región sea cada vez más limitada, el gesto de la visita de Kerry la víspera del juicio de Morsi tiene un mensaje claro: lavar la imagen de los golpistas, hacer de ellos interlocutores presentables y los ingenieros en la fabricación de la «democracia» en Egipto.

Hoy se verá si Morsi aparece en una jaula como acusado. La farsa de juicio a la que se enfrenta Morsi puede hacer que su imagen se dispare, que genere mayor simpatía. Es sabido que la política de mano dura llega a un punto donde genera una reacción y se vuelve en contra de quienes la impulsan. Los golpistas son conscientes de ello y sus valedores internacionales también.

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