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Alberto Pradilla Periodista

Anacronismos

El macrojuicio que se desarrolla desde el 17 de octubre contra Batasuna es lo más parecido a una clase de historia. Más que libre, hay veces que, en los tuiteos diarios sobre las declaraciones, me hubiese gustado utilizar el hastag #libro (de texto). Desde HASI hasta HB, pasando por Bateginez, el proceso está constituyendo un gran resumen sobre las dinámicas político-institucionales que la izquierda abertzale puso en marcha desde principios de los años 90 hasta el fallido proceso de diálogo entre ETA y el Gobierno.

«Anacrónico» es la gran definición utilizada tanto para este proceso como para el que trata de criminalizar a 36 jóvenes independentistas. No hay una mejor. Y tiene muchos significados. No olvidemos que, para los que nacimos en la década de los 90, la imposibilidad de votar a HB o EH no se basó en una década de ilegalizaciones, sino en que nunca tuvimos edad para poder hacerlo, lo que, para nosotros, otorga un aura mística y heróica a aquellas siglas. No me refiero solo al hecho de que perseguir ideas era abominable antes y lo sigue siendo ahora. Va más allá. Lo que la Audiencia Nacional pretende es enmendar la plana a todo un movimiento. Condenar con una sentencia ajena buena parte de una inmensa historia. En un momento en el que el Gobierno español y sus satélites, que a la hora de hablar sobre Euskal Herria se amplían prácticamente todas las sensibilidades políticas del otro lado del Ebro, se ha desplegado el arsenal para la denominada batalla del relato. Y ahí, el tribunal de excepción, que mucho tendría que callar sobre su origen, ejerce de punta de lanza para acotar el pasado.

En la práctica, la ofensiva de Madrid busca fijar las bases para imponer un futuro. En serio, resulta atroz escuchar diariamente relatos acerca de dinámicas políticas, procesos de debate o iniciativas de resolución que no se analizan en una mesa de militantes o un aula, sino como argumentos para que ciudadanos vascos sean condenados a penas de cárcel. Y si a eso le sumamos los terribles relatos de tortura desvelados por los jóvenes, las trampas al solitario tras el varapalo europeo a la «doctrina Parot» o el esperpento de las mentiras de Madrid sobre el tercer grado al supuesto último preso de los GAL, uno no puede evitar sentir desazón ante la falta de perspectiva de los vecinos del sur.

No creo que sea tanto pedir un poco de sentido común. Aquí no nos cansamos de repetirlo: con actitudes mínimamente razonables ganaríamos todos.

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