Josu MONTERO Escritor y crítico
Cernuda
La mañana del 5 de noviembre de 1963, su amiga Concha Méndez, en cuya casa vivía, le encontró tendido en el suelo del pasillo con la pipa en la mano. Se cumplen hoy 50 años de la muerte de Luis Cernuda, uno de los más grandes poetas del siglo XX. «Le molestaba mi sola presencia», dijo el poeta de su padre, severo coronel; así que solo tuvo madre y hermanas. Estudió derecho, pero en su camino se cruzó Pedro Salinas, y desde entonces lo tuvo claro. Lorca y Aleixandre -los tres homosexuales del 27, y tan distintos- le proporcionaron algunos de los pocos momentos felices de su vida a este hombre abonado a la desolación. Solitario, desconfiado, suspicaz, tímido, susceptible, inadaptado, desarraigado, acre, mordaz, retraído, arisco o altivo son adjetivos que le definen. Salinas dijo que por dentro era de cristal, «aparta a la gente de sí por temor a que rompan algo».
Son legendarias sus salidas de tono, sus exabruptos, sus juicios crueles, que le granjearon la enemistad de casi todos sus amigos. Se entendía mejor con las mujeres: Rosa Chacel, María Zambrano, Concha Méndez... Se volcó con la república este dandy; recorrió polvorientos pueblos con las Misiones Pedagógicas, pero, eso sí, con monóculo, pelo engominado, guantes amarillos, sombrero y zapatos de charol; creó con Alberti la mítica revista «Hora de España» en la Valencia del 37. Mientras, publicaba «Los placeres prohibidos» y «La realidad y el deseo», que le editó Bergamín. En el exilio fue tutor de un grupo de niños vascos refugiados en Oxfordshire; uno de ellos, José Sobrino, enfermo, murió negándose a recibir al sacerdote y pidiendo a Cernuda que le leyera un poema.
No se hizo a la fría oscuridad de Inglaterra, Escocia o Massachussets, y acabó en el luminoso México. En su entierro en Coyoacán no había más de media docena de amigos.