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Antonio Alvarez-Solís | Periodista

Ha muerto la Ilustración

Sigue siendo un formato minoritario (el 0,8% del total de las ventas de grabaciones), pero los últimos años ha protagonizado un considerable repunte al alza

 

El espectáculo resulta nauseabundo. El empobrecimiento de la moral política y la ruina del Derecho nos retornan al mundo anterior a la Ilustración. El fenómeno es tanto más degradante si tenemos en cuenta los doscientos años en que la humanidad, al menos en Occidente, trató de elevarse sobre elementalidades depravadas para revestirse, al menos, con una estética ambiciosa. Una estética conspicua que dificultaba la intención prevaricadora. Hemos vuelto a la práctica de una política sin majestad alguna y a unos tribunales azarosos. El poder es ya pura arbitrariedad y se ejerce con una insolencia ruda y desafiante. Dice Hugh Thomas, en un ensayo sobre el establishment, que ya «no nos regimos por un sistema democrático, sino por un sistema establecido». Los intereses de quienes manejan ese sistema constituyen la máxima referencia para la vida social. Resultado: todo es aleatorio y dolorosamente inconsistente.

Comprendo el escándalo con que los vascos viven el alterado proceso de liberación de los presos retenidos contra derecho por la «doctrina Parot»; doctrina que además no se deriva de una ley, aunque fuera inmoral, sino de la elucubración de un tribunal -que recuerda a las cortes de justicia reales anteriores a la revolución francesa- decidido a convertir la venganza en una penalidad perpetua con condenas inciertas y monstruosamente elásticas.

El zafio manejo procesal que se está haciendo en el seno de la justicia y la política españolas para dilatar el cumplimiento de la sentencia de Estrasburgo sitúa a España en épocas de un primitivismo forense que la invalida para alzar su voz en cualquier foro enmarcado en un humanismo que trate de superar la barbarie.

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