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Fagor ha desnudado las virtudes y carencias del país

En un momento como este, en el que la caída de Fagor Electrodomésticos parece un hecho consumado e irremediable, tiene más sentido todavía poner en valor la filosofía cooperativa. Un sistema elogiado de modo prácticamente unánime hasta la fecha -bien recientes son los profusos reportajes sobre la cantidad y la calidad del empleo en la comarca de Debagoiena-, pero a lo que se ve, en muchos casos con la boca pequeña. El modelo cooperativo -o al menos su filosofía de origen- es una de las grandes aportaciones de este país y recoge muchas de sus mejores virtudes: solidaridad, auzolan, compromiso compartido, esfuerzo, productividad, capacidad de emprender y de asumir riesgos, apuesta por la economía real y no por la especulativa, apertura al exterior manteniendo firmes las raíces...

Pero del mismo modo, cabe decir que la situación desatada por la crisis de Fagor ha dejado al descubierto los defectos, las fallas y las carencias del país, una evidencia que va más allá de lo meramente económico y toca otros muchos ámbitos: el político, el institucional, el sindical, el social... Viendo los episodios producidos esta semana en torno al caso, sin necesidad de remontarse más atrás, afloran vicios como la politización o el provincianismo, y déficits como la ausencia de una estrategia compartida y a largo plazo, de una cohesión de país, de recursos propios eficaces... Todo ello se reflejó de modo bastante patético en la reunión celebrada el miércoles en Gasteiz, teóricamente con el objetivo de buscar soluciones a la crisis y que en realidad derivó en un totum revolutum con agentes a los que correspondía tener un papel protagonista desaparecidos o irrelevantes (la Corporación Mondragon, Lakua), otros directamente ausentes (Kutxabank), instituciones que deberían acompañar a las anteriores (las diputaciones) ejerciendo de portavoces de decisiones ajenas o sacando conejos de la chistera... Un despropósito que obliga a una reflexión de fondo, mucho más allá de Fagor.

Los vicios y los déficits

Comenzando por las miserias y antes de entrar en los problemas, no merece la pena extenderse sobre la penosa maniobra del diputado general de Bizkaia, José Luis Bilbao, con la promesa de una línea de crédito a Edesa que en realidad suponía poner una tirita para un tiempo corto a una hemorragia que es permanente. No hay que ser economista para saber que, desgraciadamente, nada de todo esto se puede solucionar con un aval de tres millones. Si acaso, cabe añadir que Bilbao no es el único culpable: de hecho, fue bastante sincero, al salir de la reunión, al admitir la manifiesta insuficiencia de esta medida, pero el «hooliganismo» de ciertos grupos mediáticos y algunos portavoces de su propio partido interesados en convertir la ocurrencia en arma arrojadiza contra la Diputación de Gipuzkoa dispararon el eco de la iniciativa y ha terminado teniendo un efecto bumerán contra su impulsor.

Con todo, esta polémica puntual que no ha hecho más que enmarañar la cuestión resulta menos grave que otras carencias de fondo, estructurales y que pasan mucho más desapercibidas. Resulta evidente que PNV y Bildu tienen una ideología de base completamente diferente en lo económico y lo social, pero ¿resulta imposible tejer una acción común que dé centralidad a la economía productiva del país y, por tanto, a su tejido industrial? ¿En qué compromisos económicos se debe traducir eso, en el día a día? ¿Para dar servicio a un país y/o para competir, dónde, cómo y con quién? ¿Con qué recursos y con qué instrumentos se facilita eso? Porque, sin solucionar estas preguntas, solo queda esperar parches-milagro ante futuras crisis.

A la falta de acuerdo político interno, de estrategia de país, se suman los topes externos, la falta de soberanía política y económica. El desplome del mercado español, inflado artificialmente por la burbuja de la construcción, es un factor principal en la quiebra de Fagor, dado que ha perdido el 60% de sus ventas anteriores en este territorio. Y, sin embargo, llegada la hora final, la empresa descubre lo que ya se sabía: que Madrid solo rescata bancos, no empleos. A su vez, Lakua sigue sin pinchar la burbuja de las infraestructuras e invertirá 365 millones en 2014 en un tren a ninguna parte. El problema de Fagor -menos aun la solución- no estará precisamente en la mesa de los «viernes de Rajoy». Y en los «martes de Urkullu» y los «miércoles de Barcina», solo en forma de lamento o de reproche.

¿Competitivos como país?

Al hilo de esta constatación aparece otra, relacionada con la cuestión de los instrumentos, los medios que necesita un país ante una crisis de este calibre. En pura teoría, la banca del conjunto del Estado fue reflotada con dinero público para cumplir una misión de activar la economía y el consumo. En Euskal Herria, esto abre un interrogante claro sobre Kutxabank, en su condición de heredero de las cajas públicas. La reunión que mantendrá el lunes con la Diputación de Gipuzkoa resultará definitoria de cuál es la función y el valor que se da a sí mismo el banco liderado por Mario Fernández: si quiere, si puede o si se encamina definitivamente por la senda de la irrelevancia actual de Caja Navarra.

Responder a estas preguntas, evitar estos vicios y superar estos déficits, necesita reflexión y tiempo. Pero resulta indispensable, porque esta crisis empezó con la pregunta de si Fagor era competitivo, pero la duda que va creciendo como una mancha de aceite ante la falta de respuestas como país es si esta Euskal Herria es competitiva. Y la respuesta a día de hoy resulta ser que no. Plantearse todo esto con la seriedad y profundidad debidas no salvará ya a Fagor, pero es la única forma de evitar nuevos casos similares a futuro. Y, de paso, de fortalecer un modelo cooperativo vasco que, más allá de la formula legal-empresarial, debe mirar a sus orígenes, pero sobre todo al futuro.

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