Aseguran que, cuando Goebbels oía la palabra cultura, echaba las manos a la pistola. Cuando la oían los ministros socialistas de González, al instante extendían un cheque al portador. Ahora, supongo que, cuando alguien oye la palabra cultura, lo único que hace es rascarse la cabeza y preguntar: «¿Cultura? Y eso, ¿qué es?».

Cultura y política cultural han sido dos temas en los que apenas se ha reflexionado en términos prácticos, ni menos aún polemizado públicamente, en estos últimos treinta años. Quizás se trate de otra herencia maldita del franquismo que no acabamos de sacudirnos definitivamente. El hecho de que no exista una definición de cultura, mínimamente aceptada por quienes escriben y hablan de ella, es todo un síntoma de la orfandad conceptual en que se halla dicha palabra, que ya no se sabe bien si es término, con- cepto o teoría.

La mayoría de las personas, tanto intelectuales como ciudadanos de autobús diario, valga el pleonasmo, consideramos que el significado de cultura es tan evidente que no requiere definición. Tanto es así que, cuando se habla de cultura, nadie amartilla su pistola, se acuerda del talonario y, menos aún, se rasca el cogote. Ahora, todo el mundo sabe de qué habla cuando dice cultura y, también, filosofía, pues hasta hay clubes de fútbol y de ciclismo que tienen la suya y, naturalmente, sus filósofos de barbecho, correspondientes. La razón universal de este desaguisado semántico radica en que la palabra cultura sirve para nombrarlo todo, aunque, como digo, sea para hablar de la «cultura del pimiento» o de la «cultura de la melancolía» (¿en vinagreta?).

Durante al mes de julio, coleccioné expresiones en las que la palabra cultura aparecía determinada por un complemento. La lista que enumero es una tercera parte de dicha colección insólita. A saber: «cultura de la corrupción, cultura de la dimisión, cultura del vino, cultura de la política, cultura de la represión, cultura de la subvención, cultura del hormigón, cultura del fuego, cultura del secretismo, cultura del tutelaje, cultura del cliente, cultura de la inmoralidad, cultura del utilitarismo, cultura del orgasmo, cultura de la poda, cultura del pacto, cultura de la conciliación, cultura del consenso, cultura de los hojalateros ­de ahí que muchos digan ‘ojalá esto’ y ‘ojalá aquello’­, cultura de los presupuestos, cultura del diálogo, cultura del fracaso, cultura del mercado, cultura de la insatisfacción, cultura de la confrontación, cultura del victivismo ­de la que hacen gala quienes se consideran víctimas históricas­, cultura del despiste ­normalmente se juega a ella­, cultura del turista, cultura del trabajo, cultura de la pereza ­cada vez más extendida en los predios educativos­, cultura del pelotazo, cultura del esfuerzo, cultura del agua, cultura rural, cultura cinematográfica, cultura futbolística, cultura visual, cultura de la lentitud, cultura alimentaria y cultura alimenticia ­ésta es, por lo visto, de las que se comen­, cultura festiva, cultura del silencio, cultura del cohete, cultura del relativismo, cultura de la fe, cultura del atropello, cultura del alquiler, cultura de la bicicleta, cultura del nudismo, cultura de la verdura ­mediterránea, en este caso­, cultura del viaje, cultura literaria, cultura de la sidrería, cultura de la velocidad, cultura de la paciencia, cultu-ra del pacto ­por eso, hay quien sigue criticando a los aliados del ‘Pacto de Varsovia’­, cultura de la irracionalidad, cultura del sometimiento, cultura de la tran- sición ­que, para muchos, no fue cultural ni transición­, cultura del corazón, cultura del verano, cultura ecológica, cultura de mínimos, cultura de la honradez, cultura tradicional, cultura del merchandising, cultura del chivo expiatorio, cultura del paleolítico ­a veces, se concreta en inferior o superior­, cultura del euro, cultura de la duda ­se acompañaba con el adjetivo, cada vez menos, cartesiana­, cultura del tópico, cultura del género chico, cultura del toreo y del cante jondo, cultura del ordeno y mando ­sería la de que aquel concejal que ordenó, según un periódico, paralizar una obra ‘cautelosamente’, y no cautelarmente­, cultura del malestar, cultura del aplauso fácil ­de ahí que se escriba que ‘concluyó en Madrid el congreso de unidad de los comunistas con una larga ovación en puño alto’. Ya sabíamos que los comunistas tenían habilidades especiales, pero aplaudir cuando se mantiene el puño en alto es superior a cualquier psicomotricidad humana­, cultura de boletín oficial ­no asombrará, por tanto, que el BOE recoja el nombramiento de don X como delegado de Hacienda ‘en la provincia de Cartagena’­, cultura del motín, cultura del paro, cultura de las pensiones, cultura de la muerte ­que no tiene que ser necesariamente triste, pues como aseguraba un periódico el año pasado: ‘el día de Todos los Santos se encontraba muy animado el cementerio’­, cultura de la ciudadanía, cultura de la siesta ­una cultura que, en su día, hizo posible la singular errata de un periódico: ‘Después de la comida y del café tomado en un salón, a Grace Kelly le gustaba echar una siesta en los jardines de palacio, mecida por el canto de las cigalas y el zumbido de las abejas’. Entrañable sensibilidad la de esta actriz, muerta en 1982. En lugar de comerse las ‘cigalas’ se dedicaba, al parecer, a escuchar su invisible canto».

¡Y que luego se diga que la gente no tiene cultura...! A la vista está que existen tantas culturas como individuos. Y, si como decía un crítico, «donde hay cultura, no hay dictadura», muy descarriados deben de andar quienes advierten visos de dictadura en esta democracia. En este país, desde luego, y como sigan así las cosas, tenemos cultura para rato. ¡La tiene hasta la violencia doméstica! -