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Gara > Idatzia > Kultura 2006-09-10
Carlos GIL
Langostinos de Ibarra y otros circos
Una de las tradiciones de la Fira de Tàrrega es que Euskal Teatroa dé una rueda de prensa a la que asisten, pongamos, una docena de personas y, posteriormente, ofrezca «una muestra de productos de la tierra» que siempre se riegan con txakoli. Este es uno de los actos más concurridos y se multiplican por cinco o diez los que vienen a probar los «langostinos» de Ibarra.

A muchos de los que devoran con afición el queso de Idiazabal, se les olvida después acudir al lugar donde se representan las obras de las compañías vascas.

Nosotros pudimos ver la representación en castellano de “Las dos verdades” de Jokin Oregi, que ganó en el año 2004 un accésit del Premio Serantes, en euskara “Ezin dut egia esan”, con dirección del propio autor, producción de Tartean y la actuación de Reyes Moleres, Patxo Telleria, Enero Olasagasti y Teresa Andonegi. Un historia de amores, desamores, desengaños y fidelidades, donde el amor y la amistad se entrecruzan.

Nos pareció una representación muy fría, casi nórdica, un efecto quizás provocado por el espacio, un polideportivo adecuado a los efectos, o sea una opción de dirección para que el texto llegue sin demasiadas incidencias, ni tonalidades añadidas. Sin apenas acciones físicas, las entradas y salidas y por una pasarela sobre una playa se reiteran, las partes de la obra que suceden fuera de una primera instancia de realidad no se diferencian fácilmente y nos queda el texto, dicho en tono menor.

Un bello cuento de Tabar Ben Jelloun es el material sensible con el que Tentazioa Produkzioak hilvana un espectáculo para los más pequeños titulado “La escuela vacía”, en el que el actor Karlos Nguema, acompañado a la percusión por Luis Camino, da vida a un maestro de una escuela africana que se va quedando sin alumnos porque los niños van a trabajar a una fábrica de zapatillas deportivas y balones que se ha instalado cerca de la villa. Buena manera de denunciar la esclavitud de los niños, en un trabajo sencillo, un poco reiterativo, en una función con un ritmo mejorable aunque la intención queda manifiesta y es plausible el mensaje que traslada a niños y niñas.

Una cosa es saberlo, y otra comprobarlo. Hay muchos circos, muchas maneras de enfocar los espectáculos circenses. Tuvimos la ocasión de ver dos modelos. Uno en carpa, los italianos de Archipiélago, aunque el grueso de su actuación son siete acróbatas de la Escuela Nacional de Circo de Cuba. Una mezcla de poéticas, unos números muy poco elaborados, más allá de lo físico, un intento de contar una escuela con reminiscencias de la literatura clásica de aventuras, que nos pareció fallido. Tampoco logramos adentrarnos por la magia propuesta por el madrileño Circo de la Sombra, con un espectáculo mucho más cuidado en su estética, con números realmente potentes, pero que en su conjunto no parecieron alcanzar una intensidad comunicativa que le diera una continuidad. Su puesta en escena es más sólida, los elementos muy bien aprovechados, pero le faltó ese algo más que se requiere para mantener la atención en un espacio abierto y libre, y con tantas ofertas concurrentes en horario y género.

Vimos algunos pasacalles, con coches raros, que parece una de las posibilidades más usadas por muchas producciones, con personajes extravagantes, pero nos pareció simpático el presentado por Alaigua, una especie de discoteca con clásicos del pop que de madrugada era seguido por una masa de gente con ganas de marcha, pero entre las muchas cosas que en Tàrrega suceden como una exhalación, nos topamos con una de las cosas más simpáticas, ocurrentes y resultonas, por lo imaginativo, por la calidad y facilidad de crear situaciones de los actores. “Les Champignons” de los franceses de Théâtre de la Toupine, que son exactamente dos champiñones sueltos por la ciudad, que hacen música rítmica en la terraza de un bar, que comen hierba, que alteran y transforman todo lo que tocan y por donde pasan. Con música incorporada, estos champiñones están para comérselos por su calidad artística, porque son divertidos y están en su momento justo de comunicación y de interacción con el entorno. Fantásticos. Y que cada uno elija el líquido para acompañarles, no sea que el txakoli sea el mensaje. -


 
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