Cuatro trabajadores resultaron ayer heridos al producirse una explosión en la Acería Compacta de Bizkaia en Sestao. Afortunadamente, las heridas fueron leves y para media tarde todos ellos habían sido dados de alta. Este hecho, sin embargo, no puede restar importancia a lo ocurrido. Porque lo que cabe atribuir al azar, a la intromisión de lo imprevisto en la vida cotidiana, es que los cristales expelidos en la explosión no afectaran gravemente a ninguno de los trabajadores que se encontraban en el lugar. No cabe decir lo mismo de las causas de la explosión. Que la escoria entre en contacto con agua de lluvia no es un accidente, porque ese agua nunca debió estar en el foso, y si se había filtrado nunca debió verterse allí la escoria. Una de las normas elementales de seguridad en cualquier fundición es que la humedad es incompatible con los materiales incandescentes porque cuando entran en contacto provocan graves explosiones. Es preciso recordar que el pasado 30 de agosto en la empresa Tubacex de Amurrio ya se produjo una explosión por causas similares, lo que provocó heridas a diecisiete trabajadores.

Entonces y ayer, trabajadores de las empresas afectadas han denunciado que las direcciones de las mismas no hacían el debido caso a las peticiones de extremar las medidas de seguridad, anteponiendo los intereses empresariales a la seguridad de sus empleados. Llama la atención la explicación oficial ofrecida por ACB. En una zona como Bizkaia, donde se registran precipitaciones una media de entre 175 y 200 días al año, no puede excusarse una accidente de esta gravedad aludiendo a la lluvia de los últimos días. El dato refleja en buena medida cómo se entiende la seguridad laboral en Euskal Herria en un amplio sector empresarial, y de ahí los elevadísimos índices de siniestralidad que se registran.

No cabe duda de que toda actividad comporta un riesgo y que incluso adoptándose estrictas medidas preventivas puede producirse un accidente. Pero lo que no se puede pensar es que la fatalidad se ceba con Euskal Herria donde los índices de siniestralidad superan con creces la media de la Unión Europea. Eso no indica mala suerte, sino un mal proceder. Revela que no se cumplen las medidas de seguridad y que la Administración es incapaz de tomar las decisiones necesarias para hacerlas cumplir. Y revela también que las empresas no temen a la ley porque, si se llega a aplicar, es más barato asumir los costes después del siniestro que prevenir que se produzca. -