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Gara > Idatzia > Kultura 2006-10-16
María Asunción AMILIBIA
Los amilibia
·Adelanto de «el diario de la nostalgia»

María Asunción Amilibia, "Sunti" nació en Donostia, en 1917. Tras la Guerra, se refugió, primero, en Francia y, posteriormente, en Chile. En "El diario de la nostalgia" (Txalaparta), nos acerca auna sociedad convulsa, pero también al papel de las mujeres, a una Iglesia divergente de su credo, al honor, al miedo, a la dignidad... La familia Amilibia-Machimbarrena fue parte de la generaciónidealista que quedó destrozada tras la Guerra del 36.

Si la conversación giraba, en verano, alrededor de las regatas, en invierno, la política dominaba lentamente las sobremesas. A partir del año 31, se enseñoreó de nuestra casa para no abandonarla más. Fuimos románticos rezagados, disfrazados con ropajes modernos y por eso la sociedad no nos reconoció. Desde los siete años comprendí la política, a los diez años leía los discursos de la Cámara y a los doce era un personaje extraño e insoportable, para quien los arcanos de los partidos políticos no tenían ningún misterio. Pero pensad, hijos míos, que vivía entre hombres, que Julián me aventajaba en nueve años y que Ramón, José, Miguel y Joaquín, hubieran podido, sin ninguna distorsión fisiológica, ser mis padres. Yo era la Nena cuando todos ellos habían terminado sus carreras.

Llevábamos la política en la sangre. Tengo de Papá muy vagos recuerdos, pero el primero se presenta luminoso ante los ojos del alma. Era alto, moreno, un real mozo, según sus contemporáneos. Artillero de carrera, por tradición liberal, enemigo de los jesuitas, pero católico, como correspondía. No le gustaba, sin embargo, caer en beaterías.

Venía, un poco a escondidas, a buscarnos a Mamá y a mí, a la Iglesia de Santa María, pero, en vez de volver por la calle Mayor, dejábamos a Mamá con sus hermanas y, tomados de la mano, regresábamos a casa por la calle del Campanario. La calle era más solitaria y se llamaba así porque partía del campanario de la Iglesia y descendía en cuesta hasta los Bulevares. Todo ello quedaba en la parte vieja de San Sebastián. En la segunda manzana, se alzaba una gran casona de piedra, gris de tiempo, llena de barrotes y que hacía esquina. Era la casa de mi bisabuelo, Don Eustasio de Amilibia y Egaña, Gobernador, vitalicio de San Sebastián, fundador de su capital, y Jefe político de la Provincia. La casa fue vendida en uno de los períodos de crujía que inexorablemente caían, caen y caerán sobre nuestra familia.

­Ves tú, Nena, en ese cuarto nací yo.

La casa fue para mí un archivo gigantesco. La historia que más me gustaba era la de la tía Mercedes, durante la Guerra de la Independencia.

­La ventana de la esquina corresponde a la pieza del Major inglés.

El Major debía ser un personaje de muchas campanillas. El Major viajaba a todas partes seguido de su asistente y de su vajilla de plata. El Major era rubio alto, de ojos claros y, entre él y mi tía de 16 años nació un amor intenso, silencioso, hecho de miradas apasionadas y de flores que se deshojan. La batalla contra los franceses se desarrollaba en los cerros cercanos, a la altura de Arrasain. A las tardes el Major volvía a lavarse y a dormir. Las batallas, en aquellos tiempos, eran ordenadas y deportivas. Mi tía acechaba pacientemente desde su ventana la llegada del Major. Un anochecer, dorado y rojizo, el asistente volvió solo; en sus brazos traía la espada ensangrentada y el morrión de su oficial. ¡Tía Mercedes comprendió enseguida y se desmayó! Yo recuerdo haber visto un grabado antiguo de Tía Mercedes antes de su matrimonio. Las facciones eran muy finas con ojos almendrados y una gran cabellera castaña. La mirada tristísima se pierde en la lejanía. ¡Oh, Amor infinito que nunca te abandonara! Amor de todos los tiempos, de todos los elegidos, sin esperanza, brasa escondida, dolor y anhelo más reales que la más ansiada felicidad!

­¿Por qué, Papá, se vendió la casa?

­¡Ay! Nena sería muy largo explicarte, pero tu bisabuelo se arruinó con la política y además estaba la maldición de Don Pedro.

­¿Quién era Don Pedro?

­Don Pedro, el cruel de Amilibia, fue llamado así por la severidad de sus condenas. En 1556 el País Vasco fue presa de una lucha interna y se dividió en partidarios del Conde de Gamboa y del Conde de Oñate, dos grandes señores que pretendieron instaurar el feudalismo en Vasconia, aniquilando el espíritu democrático de nuestra tierra y su organización rural. Después de un período turbulento, el país fue gobernado por los hombres-sabios o jueces, cuya misión consistió en meter en vereda a los merodeadores y asaltantes que, al disolverse los bandos, quedaron al garete. Cayeron presos dos de estos ladrones y Don Pedro dictó la siguiente condena: «que los aten a la cola de sendos rocinantes... y los arrastren hasta que mueran por las Villas, Villorrios y Aldeas donde hubieran cometido sus fechorías».

­La gente quedó horrorizada y la leyenda cuenta que los condenados maldijeron a Don Pedro y pidieron al cielo la ruina de su casa y de su descendencia.

­Pero todo esto son supersticiones, Nena. Es cierto que la ruina ha rozado a menudo a nuestra familia, pero muchos de tus antepasados eran grandes señores sin una onza de previsión. Tu padre, en cambio, no ha hecho locuras y tú nunca tendrás que enfrentar la ruina o la estrechez... -


 
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