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AnálisisExpansión del Movimiento maoísta

Un corredor rojo en India

«La relación entre subdesarrollo, desequilibrio social, disparidad económica y represión conforman un peligroso cóctel para garantizar la estabilidad del país», subraya Txente Rekondo en este análisis sobre la expansión del movimiento maoísta en India.

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Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Con los ecos de las celebraciones del aniversario del surgimiento del moderno Estado indio, las deficiencias de ese proyecto y sus contradicciones internas siguen asomando estos días. Durante muchos años, el conflicto de Cachemira se ha situado en el primer puesto del macabro ranking en cuanto a pérdidas humanas. Sin embargo, en los últimos años, el enfrentamiento de la guerrilla maoísta con el Estado indio ha superado a aquél. Hace algo más de un año, el primer ministro indio, Manmohan Singh, afirmó que la actividad naxalita (nombre con el que se conoce a la rebelión maoísta) «representa la mayor amenaza interna a la que se ha enfrentado este país».

También las declaraciones del propio Partido Comunista de India-Maoísta (PCI-M) evidencian esta consolidación al subrayar que «desde los años 70 y tras un largo período, el movimiento comunista revolucionario en India tiene una fuerte dirección central. Se presenta más fuerte que nunca, ha extendido su presencia por gran parte de India con los cuadros y estructuras del partido, con el Ejército y con una importante base social».

En 1967, en Naxalbari hubo una revuelta popular que sería el inicio del movimiento armado. La respuesta del Gobierno y las divisiones internas lo debilitaron sobremanera, condenándolo a una existencia marginal. Ya en 2004, dos de esos grupos maoístas, el PCI (m-l) People´s War y el Centro Comunista Maoísta (MMC) se unieron para formar el PCI-Maoísta.

Desde entonces, la actividad de esta organización ha ido aumentando por diferentes estados indios y muchos analistas locales muestran sobre un mapa del país una especie de «corredor rojo de Tirupati a Pashupati (de Andhra Pradesh a Nepal)». Va desde la frontera con Nepal y atraviesa trece de los veintiocho estados indios.

Los bosques y junglas del centro de India se han convertido en importantes zonas de operaciones guerrilleras, y estados como Andra Pradesh, Bihar, West Bengal, Jharkhand, Orissa o Chhattisgarh, muestran una alta actividad guerrillera.

En febrero, el PCI-M celebró su noveno congreso «de Unidad», donde mostró las líneas maestras de su estrategia en el futuro. Fruto del mismo se han producido importantes cambios en la actuación de la guerrilla. Además de seguir manteniendo sus ataques a través de sus dalams (escuadrones), se han puesto en marcha dos nuevas tácticas.

Por un lado, se han hincado ataques de gran envergadura contra instalaciones militares, ocasionando importantes pérdidas humanas y materiales a las fuerzas gubernamentales.

Por otro, se han sucedido los bloqueos y huelgas coordinadas, al tiempo que se han puesto en marcha movilizaciones en zonas urbanas. Algunos observadores apuntan que estas tácticas son un reflejo de la influencia del movimiento maoísta nepalí, que las usó con éxito.

Intensificar «la guerra popular» y extenderla a otras zonas con menor influencia maoísta son algunos de los puntos del noveno congreso. Para algunos cualificados miembros de las fuerzas de seguridad indias, este movimiento está demostrando que «es capaz de coordinar todos los instrumentos -militar, político, económico, cultural y psicológico- para buscar la revolución». Y ello con tres pilares básicos del pensamiento maoísta: «El partido, el Ejército popular y el Frente Unido».

El PCI-M se ha marcado cuatro ejes centrales: La extensión de la «guerra popular»; el apoyo a las «luchas nacionales contra el expansionismo indio en Cachemira y la región del noreste de India; el llamamiento a los dalits -los más oprimidos por el sistema de castas- a unirse al movimiento revolucionario; y el rechazo al proyecto del Gobierno de las Zonas Económicas Especiales, a las que identifica como «enclaves neocoloniales».

El descontento popular con el orden socio-político existente en la llamada «democracia más poblada del mundo» va en aumento. El desarrollo asimétrico está contribuyendo a que las demandas del PCI-M encuentren cada vez mayor eco entre diferentes sectores de la sociedad, por ejemplo, entre los detractores del sistema de castas que caracteriza el semifeudalismo imperante en algunas zonas, los agricultores castigados por el proceso privatizador y los efectos de la economía globalizante, las masas de desplazados por los macro proyectos desarrollistas, e incluso por parte de las clases medias, cada día más desplazadas de los centros de poder y de la influencia que tuvieron en el pasado. La respuesta del Gobierno hacia el movimiento maoísta ha oscilado entre los intentos por ocultar su importancia hasta los métodos represivos más siniestros.

La creación de milicias paramilitares son un claro exponente de esa política. La brutal historia de esos grupos que no dudan en atacar y matar a todo aquel que consideren simpatizante del movimiento maoísta -principalmente civiles- les ha situado dentro de los objetivos principales del PCI-M, que ha realizado importantes operaciones para acabar con ellos. Incluso, organismos internacionales de defensa de los derechos humanos han pedido al Gobierno que disuelva esos grupos.

La relación entre subdesarrollo, desequilibrio social, disparidad económica y represión conforman un peligroso cóctel para garantizar la estabilidad del país. Potenciar cambios estructurales siguiendo el modelo del liberalismo salvaje para buscar un hueco en el escenario mundial puede conllevar peligrosas fisuras. Los numerosos conflictos, muchos fruto de la política colonial y postcolonial, se suceden por todo el país, y quién sabe si en el futuro pueden hacer saltar por los aires el proyecto que hoy conocemos como India.

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