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ofensiva contra el independentismo

Mataron un periódico, queda la historia

«Egin» tuvo, tiene y tendrá el gran valor de haber relatado y documentado la historia silenciada de este país durante más de cuatro lustros Dio testimonio de lo que en un tiempo, quizá demasiado lejano ya, se presuponía como máxima del periodismo: la crítica al poder establecido

Mertxe AIZPURUA Periodista

Ayer fue el día en que nuevamente se mató al mensajero. Dejo para ensayistas y teóricos de la comunicación el debate sobre si alguna vez hubo relación entre la prensa y la historia, y resuelvo el dilema con la convicción que sólo otorga la experiencia y el análisis más práctico, obvio y evidente: La hubo, y el diario «Egin», al que hirieron de muerte en julio de 1998 y que ayer fue nuevamente rematado con saña y sin remordimientos, es un claro ejemplo de ello.

El primer ejemplar de «Egin» nació el 29 de setiembre de 1977 con un saludo del presidente del Consejo de Administración, José Luis Elkoro, dirigido a todos los que esperaban la llegada de ese periódico, al grupo de fundadores que arriesgaron primero, a los miles de cuenta-partícipes que se sumaron al proyecto sin pedir nada a cambio y a todos quienes concebían «Egin» como «instrumento para construir una Euskal Herria que abra caminos para una sociedad nueva».

Desde aquel saludo hasta el día de hoy fueron 21 años en los que el nombre de una mancheta fue fiel a su contenido: «Egin» -hacer, en castellano- dio testimonio de su nombre y abrió caminos. No voy a caer en la comprensible tentación de idealizar un pasado, algo inherente al género humano, sobre todo en los casos, como es el mío, en que se es parte de ese pasado. Sí diré, sin embargo, y sin aceptar que nadie me lleve la contraria, que «Egin» tuvo, tiene y tendrá el gran valor de haber relatado y documentado la historia silenciada de este país durante más de cuatro lustros.

Porque fue ese medio de comunicación -y ningún otro en aquel momento- el que rompió el muro de silencio impuesto y elevó a categoría de noticia lo que sucedía a nuestro alrededor. Puede parecer simple pero nunca lo es. La relación entre prensa e historia cruza la misma línea de pensamiento que puede establecerse sobre el concepto de noticia. Habrá quien sostenga que algo es noticia y por eso se publica, y quien afirme que algo se vuelve noticia porque ha sido publicado. Dejemos el debate en el aire. Lo que está fuera de toda duda es que aquello que no se publique, todo aquello que voluntaria o inducidamente se silencie, no quedará registrado, con día y año, en la cantera histórica de las hemero- tecas.

«Egin» relató 21 años de vida cultural, política, deportiva, económica y social de nuestro país. Reportó los hechos silenciados, los desmanes del poder y las tragedias personales y colectivas. Levantó acta de cada denuncia desgarradora y dio testimonio de lo que en un tiempo -quizá demasiado lejano ya- se presuponía como máxima del periodismo: la crítica al poder establecido. «Egin» hizo periodismo y, al hacerlo, consiguió horadar el blindaje de una campana de cristal. Por esa grieta es por donde han entrado los hechos acaecidos durante 21 años y quedarán registrados para la historia de una comunidad, un país o el mundo.

Ayer remataron «Egin». Pero la historia que se ha escrito en sus páginas queda ahí, como testimonio de lo que ocurrió a nuestro alrededor. Por eso tiene más valor ahora que nunca. Porque si es cierto que no hay nada más inútil que un periódico del día de ayer, no es menos cierto que los ejemplares de hace uno, cinco, diez, veinte o cien años son lo más valioso que nos puede ofrecer un testigo de la historia. De nuestra historia. Los años 1977-1998 se pueden escribir hoy de otra forma gracias a «Egin». Y eso es mucho. El más cálido abrazo a todos los que estáis pagando por ello.

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