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Ética y pedagogía contra la democracia en Euskal Herria

Los grandes conceptos filosóficos, económicos y sociopolíticos se pueden construir de arriba abajo o de abajo arriba. El primer método lo utilizan tanto quienes intentan engañar al conjunto de la sociedad afirmando que han recibido la inspiración de algún ente divino como quienes consideran que sus reflexiones, basadas las más de las veces en una limitada experiencia personal, son el culmen de la sabiduría y, debido a su magnanimidad ética, las lanzan a los cuatro vientos para que el resto de la humanidad reciba ese maná intelectual. Cuando sus argumentos no son «comprendidos», es decir, cuando no son compartidos por la mayoría, tanto los primeros como los segundos utilizan otros métodos menos éticos y menos estéticos para hacer entender a la gente que ellos siempre tendrán la razón y, por tanto, no hay posibilidad de abrir un debate.

El otro método parte de la recopilación de información variada y experiencias plurales, a ser posible prolongadas en el tiempo, para llegar a conclusiones de carácter general. Conclusiones que pueden ser tan equivocadas como las demás pero que, de entrada, pueden ser contrastadas porque se basan en la realidad: en personas reales y en hechos reales.

Durante las últimas semanas, en Euskal Herria se vienen escuchando frases grandilocuentes -repetidas tras el atentado del jueves en Bilbo- con las que un grupo reducido de dirigentes políticos quiere trasladar al conjunto de la ciudadanía la idea de que ellos ya han encontrado la fórmula mágica para abordar -no para resolver- el conflicto político. De forma breve, se trata de firmar unos principios éticos ya universalizados, sin aportar ninguna novedad, para justificar cambios reales en un ámbito que cada día está más lejos de la esfera elitista en la que ellos toman las decisiones «más justas» en nombre de la comunidad; firmar y sentarse a esperar qué ocurre cuando los de abajo cumplan sus dictados.

Los ejemplos, los hechos, que abonan esta tesis se suceden día a día. Cuando la pasada semana se reunieron en el Parlamento de Gasteiz los representantes de las direcciones de PNV, PSE, PP, EA, EB y Aralar, lo hicieron para tomar decisiones que afectan a los ayuntamientos; lo hicieron sin consultar a sus militantes; ni siquiera (quizás hubo alguna excepción) consultaron a sus grupos municipales; y lo hicieron sin querer retratarse todos juntos ante la opinión pública.

Antes de suscribir ese acuerdo, los auténticos impulsores de la estrategia nada original de arrebatar las alcaldías a la izquierda abertzale, los mismos que controlan buena parte de los medios de comunicación y otros centros de este país dedicados a crear opinión, comenzaron a abrumar a la ciudadanía con ideas-fuerza como éstas: «En Mondragón hay que hacer pedagogía democrática», Patxi López; «También el Pacto de Ajuria Enea, de 1988, donde estaban todos los partidos políticos, abogaba por la incorporación de ese mundo al ejercicio de la política», Iñigo Urkullu; «Estamos dispuestos a estudiar alternativas de pedagogía política para el electorado que dio su apoyo a ANV», Joseba Egibar.

El mensaje compartido por PSOE y PNV enlaza con la tesis, reiterada por muchos políticos y medios de comunicación vascos y españoles, de que «la sociedad vasca está enferma». Y el partido jeltzale parece haber olvidado que esa expresión no fue acuñada sólo para referirse al apoyo que la lucha armada de ETA suscita entre la ciudadanía vasca, sino también para hacer «comprender» al mundo entero cómo era posible que los unionistas, PP y PSOE, no consiguieran más votos que los abertzales en las elecciones de una parte de este país.

Y para hacer frente a esa enfermedad, unos practican métodos psiquiátricos ya en desuso en algunos lugares de Occidente, como la tortura (terapia de shock) o el aislamiento en centros especializados (dispersión de un colectivo en cárceles fuera de su país y distantes entre sí cientos de kilómetros); y otros plantean hacer pedagogía, lo cual, según se desprende del contexto en el que lo preconizan, consiste en hacer que las ideas entren a palos -políticos o físicos- en las mentes enfermas.

Asumir la realidad

Para esconder aún más su objetivo, PSOE y PNV, con el apoyo de PP e IU, pretenden presentar esas medidas pedagógicas como el súmmum de la democracia. Si la Asamblea Regional de Gipuzkoa se opone a que se arrebate la alcaldía a ANV siguiendo esa receta, el propio Egibar es el encargado de puntualizar que lo que ha decidido la élite jeltzale (el EBB) es de obligado cumplimiento; si la asamblea local se opone a apoyar la presentación de una moción de censura, la dirección de EB plantea cambiar los estatutos para obligarla a acatar a la élite sin rechistar; si la militancia de EA no ve con buenos ojos la iniciativa, la Ejecutiva Nacional decide que no la extenderá más allá de Arrasate... Y todo ello en nombre de la «ética democrática».

Lo que no quiere hacer la mayoría de estos dirigentes políticos es exponer ante la sociedad cuáles son los motivos por los que la izquierda abertzale gobierna actualmente, como lo ha hecho anteriormente, en Arrasate y en otros muchos municipios; no quieren reconocer que gran parte de la de la población de Euskal Herria -no sólo la izquierda abertzale- no piensa como ellos.

Evidentemente, la militancia del PSOE, como la del PP, será partidaria muy mayoritariamente de la decisión que ha tomado su dirección, y muchos lo harán movidos por cierto sentimiento de venganza ante la muerte violenta de un compañero. Pero, si es así, los dirigentes que impulsan esa actuación deberían asumir públicamente que esa «ética de la venganza» no va solucionar el conflicto político ni nos va a llevar a un escenario sin violencia. Deberían asumir que no son capaces de resolver el conflicto o que, más grave aún, no tienen ninguna intención de hacerlo porque, desde su ética política, la violencia es asumible para impedir que la democracia se extienda en Euskal Herria.

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