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ANÁLISIS DESFALCO EN EL MUSEO: REPERCUSIÓN INTERNACIONAL

Guggenheim Bilbao: Nunca es suficiente

El autor desgrana en este análisis el impacto mediatico que ha ocasionado el «Caso Guggenheim Bilbao», haciendo un paralelismo con la grabación de la película sobre James Bond «El mundo nunca es suficiente» (1999) y la repercusión que tuvo aquel episodio. Si el escándalo del Guggenheim ha salido a la palestra por mera casualidad como se nos ha dicho, cabe preguntarse: ¿cuántas son las casualidades que no habrán ocurrido?

Haritz RODRÍGUEZ Periodista

El Gugenheim Bilbao es sin duda uno de los elementos culturales de Euskal Herria con mayor proyeccción internacional en la actualidad. Lo es constantemente, por diferentes razones, y más allá de los destellos puntuales que uno u otro acontecimiento refleja sobre la estructura de titanio que se erige en medio de Bilbo, para brillar una vez más.

El pasaje de la película del universal James Bond, y su propia grabación, fue uno de esos instantes en los que la ya de por sí llamativa presencia del museo se vio de nuevo multiplicada. Así lo constata la propia Wikipedia en inglés, la enciclopedia más consultada del mundo. La entrada enciclopédica relativa a Bilbao hace referencia a aquel acontecimiento, y viceversa, pues también se cita a Bilbo en la referente a la película estrenada en 1999.

Las reseñas en medios de todo el mundo dan buena muestra de la repercusión que obtuvo este episodio cinematográfico, así como la colección de vídeos colgados en Youtube dedicados exclusivamente a esta anécdota. Pues bien... si la furtiva visita del agente 007 gozó de una expectación mediática importante, no es menor la que ha cosechado el escándalo financiero en el que se ha visto envuelto este proyecto, cuya imagen pública se materializó en la forma del omnipresente edificio diseñado por el arquitecto Frank Gehry.

La noticia ha sido portada en casi todos los medios de Euskal Herria, y también en muchas primeras planas del resto de Europa. Pero el eco también ha llegado más allá. El «New York Times», por ejemplo, tituló «Malversación en el Guggenheim Bilbao», y el «International Herald Tribune» añadió: «Bilbao Guggenheim despide al director financiero por un caso de desfalco». «The Independent» señaló que «El Guggenheim despide al ex jefe de finanzas que admitió haber robado 400.000 libras», mientras que en la revista especializada de finanzas CFO.com (chief financial officer, por sus siglas en inglés) titularon con un sugerente «El arte de robar, al estilo bilbaino». La noticia corrió como la pólvora también en medios como el rotativo mexicano «La Jornada» o el argentino «Clarín», entre muchos otros. Entretanto, el PNV hablaba ayer para repetir que «en Euskadi los casos de corrupción política no existen, lo que existen son casos muy puntuales de personas que no se han comportado correctamente».

Muchos son los museos que han prestado sus edificios, interiores y contenidos para desarrollar o inspirar las mejores historias de ficción: espías, robos, fraudes y misterios... Ladrones de guante blanco, estatuas que cobran vida, momias, chirriantes alarmas, sensores laser que sortear y auténticos equilibristas... Aún permanece en nuestro recuerdo la escena en la que Pierce Brosnan (o en ocasiones su doble) se descolgaba a través de una soga desde el balcón de un edificio sito en nuestra única metrópoli, maletín en mano y con una titánica construcción de fondo: El Guggenheim Bilbao Museoa, custodiado por el perrito Guggi que, dicho sea de paso, no ha hecho bien su labor de guardián. Y es que el intruso estaba dentro.

Puede parecer un tópico, pero resulta difícil evitar decir que la realidad una vez más supera con creces a la ficción. Y es que la rocambolesca historia que se nos ha contado no tiene nada que envidiar a las que gustan rodar en Hollywood. Una película en la que el director financiero de un afamado museo, en inoportuna baja laboral por enfermedad, ve sus chanchullos descubiertos tras una auditoria extraordinaria, ante lo que reacciona entonando el mea culpa y acompañando los cánticos con la devolución de parte de la pasta en forma de cheques, y una detallada relación de lo mangado... A los pocos días la dirección llama a los medios con tono de urgencia, para informar sobre una rueda de prensa por sorpresa ese mismo mediodía, en la que el orden del día girará en torno al «despido de un trabajador». Y resulta que al final, el despido es casi una dimisión con confesión incluida del mismísimo... ¡director financiero!

Desde el punto de vista humano, la pregunta que se antoja es: ¿Qué necesidad tiene el director financiero de una pinacoteca puntera en Europa (al que se le presupone un sueldo muy por encima de la media) de robar sólo 200 euros durante un año y al siguiente 100.000? Y la respuesta, desde un punto de vista (pretendidamente) analítico, puede ser que no es la necesidad, sino la impunidad. Ese ambiente de confianza en el que nadie pide cuentas ni controla. Si el escándalo del Guggenheim (por cierto, que en el vocabulario de cifras que se maneja a esos niveles se trata nada más que de calderilla) ha salido a la palestra por mera casualidad como se nos ha dicho, ¿cuántas son las casualidades que no habrán ocurrido?

Por mucho que se empeñen los representantes públicos con responsabilidades al frente del Patronato en hacernos creer que el suceso no debe salpicar a la imagen del buque insignia, la cubierta del navío ya está salpicada y esas declaraciones no son más que maniobras de achique. La responsabilidad de empañar la imagen del Guggenheim no es de quien informa del suceso que nos ocupa, sino de quien ha permitido que haya podido suceder. De lo que no cabe duda es de que en adelante Roberto Cearsolo y sus superiores tendrán un hueco en la Wikipedia, in eternum, junto al señor Bond. Y por algo más que un cameo.

Más allá de la cantidad sustraída, la gravedad de lo que ya podemos llamar el Caso Guggenheim reside en la situación que ha permitido la creación de ese y otros espacios de impunidad general. Ese sentimiento que motivó al de Elgoibar a echar mano del dinero de unas sociedades privadas constituidas con caudal público. Y en la responsabilidad que tienen los mandatarios públicos que han diseñado los mimbres en los que ese espacio se ampara.

La introducción de la película de Bond se desarrolla durante unos minutos en las inmediaciones del Guggenheim. En ella, Brosnan escapa de una oficina en cuya puerta se puede leer «La Banque Suisse de L'industrie. Bilbao». Lleva por título «El mundo nunca es suficiente». Y aunque odiosa, la comparación parece inevitable. En este caso, el sueldo tampoco parece serlo.

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