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Jesus Valencia Educador Social

La espada y el mazo

Antes quienes profanaban nuestros sentimientos acostumbraban a cubrirse con el anonimato. Ahora no adoptan tales cautelas. Es la Audiencia Nacional la que resuelve y el tripartito quien ejecuta las demoliciones; mercenarios con alma de charol y modos pulidos, muy guardiacivilizados

Vivimos tiempos de renovada furia iconoclasta. La España intolerante retira placas y arranca monolitos de alto contenido emocional para nuestro pueblo; tarea hiriente que cuenta con la complicidad de los nuevos y siempre arrastrados «condes de Lerín». Es propio de todos los conquistadores acometer sus felonías cargando entre los arreos la espada y el mazo. Sobra decir que los conquistadores españoles destacan en el uso de ambos aparejos. Utilizaron la primera para reducir a los nativos. Y, cuando creyeron finalizada esta faena, acometieron la otra, bastante más cruel y complicada: conquistar el alma de los vencidos. Desde entonces, intentan arrancar de cuajo los sentimientos de los dominados para que no quede ni rastro de su primitiva identidad. Sólo cuando la violencia dominante controla las representaciones simbólicas del sometido, la conquista está garantizada. Las demoliciones profanatorias son capítulo extenso en la historia del imperio español. Conquistado el emirato de Córdoba, construyeron una catedral en el corazón de la mezquita para dejar constancia de quién mandaba. Numerosas catedrales latinoamericanas están construidas sobre primitivos templos incas, mayas o aztecas.

El pueblo vasco conoce bien el rigor de la espada y el mazo. El regente Cisneros desmochó caserones e iglesias en la Nafarroa recién conquistada. En 1931, el monumento de Amaiur sufrió la embestida de los «maceros» (en este caso, dinamiteros). El año 1980 se recuerda como el año en que la Guardia Civil declaró la guerra a los símbolos recordatorios vascos; entre otros, arrancó el monolito a Gladys a las pocas horas de haber sido colocado. Parecidos ataques sufren de forma periódica el monumento de Ezkaba, la placa que recuerda Mikel Castillo, la evocación roncalesa a los esclavos del franquismo.... Antes solían producirse estos ataques con premeditación, alevosía y nocturnidad. Quienes profanaban nuestros sentimientos acostumbraban a cubrirse con el anonimato. Ahora no adoptan tales cautelas. Es la Audiencia Nacional la que resuelve y el tripartito quien ejecuta las demoliciones; mercenarios con alma de charol y modos pulidos, muy guardiacivilizados. Siguen acumulando borrones a su ya sucio currículum pero es lo único que consiguen. Cuatro siglos más tarde, siguen lloviendo flores sobre la memoria de Matalaz, el cura suletino que fue guillotinado por defender los derechos de nuestro pueblo; Sartaguda cuenta ya con un monumento a la memoria fusilada; la estela recordatoria de Germán ha sido respuesta; el monumento de Amaiur, restaurado; los muros de Hernani proclaman el cariño a Pana y Lizartza sigue honrando a Ina Zeberio a despecho de los conquistadores.

La Audiencia Nacional ha resuelto que este pueblo olvide a sus hijos e hijas más queridas. Se arbitrarán las medias oportunas para que tales recordatorios no reaparezcan. Ahora sí, y mediante auto judicial, queda borrada definitivamente nuestra entraña. Corría el año 1937, y en la Bilbao tomada por los fascistas, José María de Areiltza anunció con parecida contundencia: «Ha caído vencida para siempre esa horrible pesadilla que se llama Euskadi» ¡Qué pobre!

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