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Helen Groome Geógrafa

Democracia de diseño

Las palabras «participación», «consulta», «referéndum» y «plebiscito» son marcadamente democráticas o antidemocráticas según el momento, el lugar y la cuestión

Según aprendí en mi educación reglada, la palabra democracia viene del griego antiguo, de unos cinco siglos antes del supuesto nacimiento de un tal Cristo. Me enseñaron que tiene su origen en dos palabras, «demos» que tenía que ver con el pueblo y «kratos» que tenía que ver con el poder o gobierno. La idea que me fue trasmitida era que mientras más decisiones tomaba el pueblo más democrático sería el gobierno de dicho pueblo.

La mayoría de gobiernos se proclama democrática. Sin embargo, mi educación no reglada, o sea la vida diaria, viene a sugerir que hay ciertos problemas con la definición que aprendí de la palabra democracia o, dicho de otra manera, que hay interpretaciones discrepantes sobre lo que su definición realmente quiere decir. Muchos discursos de la clase política demuestran que ésta parece ignorar el origen de la palabra, que su participación en cursos especializados en cómo liar la manta da fruto y que hay excelencia en cómo presentar algo deficiente en democracia como si rebosara la misma. En todo caso, lo que me ha quedado muy claro es que el concepto de democracia tal y como lo aprendí de pequeña no corresponde con lo que he ido viendo o con lo que veo ahora, cuando estoy igual de pequeña pero bastante más fosilizada.

Si ahora alguien me preguntara qué me parece la democracia, me vería obligada a decir, para no deshonrar mis apreciaciones de la vida, que la aplicación práctica del concepto parece depender de cada momento, cuestión y lugar y lo que la clase política reivindica como democrático un día, no lo es para la misma clase política otro día o en otra cuestión. O sea, la democracia, según la práctica actual, es otra ilusión manejada a conveniencia por determinadas personas y poderes. En particular, las palabras «participación», «consulta», «referéndum» y «plebiscito» son marcadamente democráticas o antidemocráticas según el momento, el lugar y la cuestión, a pesar de que, según el griego antiguo, todas tienen que ver con lo de dar la palabra de gobierno o el poder al pueblo, o sea, la democracia.

Cada nueva generación del pueblo toma nota de las contradicciones mostradas por elementos supuestamente democráticos de su gobierno y procura actuar en consecuencia. Incluso, independientemente del control coyuntural de determinado grupo dirigente sobre la definición de lo que es y no es democracia, ocurre que lo que a alguna generación del pueblo le parecía democrática, puede no serlo para otra.

No obstante, es curioso cómo las personas adultas somos más proclives a huir de la idea de cambiar algo que no funciona, aunque es una conclusión lógica y legítima de un ser inteligente. Y es que muchas personas adultas tememos ir a peor mientras que en general las generaciones más jóvenes no tienen por qué inhibirse. Hoy día, al igual que antes, a muchas personas adolescentes no les convence la democracia actual. Sería poco democrática imponerles la resignación o enjuiciarles por querer la democracia.

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