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Raimundo Fitero

Pequeña digresión

Veo el anuncio de un programa brasileño de fútbol que va señalando los diferentes tipos de goles, hasta que llegan a uno que califican como «feo», y el presentador de ese debate futbolero pregunta, «¿existe algún gol feo?». Sabiendo que el concepto de fealdad y belleza es algo totalmente elaborado en nuestra educación, es decir, algo inducido por el poder dominante, actualmente localizado en la capacidad de los medios de comunicación de masas en repetir prototipos de guapura o fealdad hasta la saciedad, podríamos parafrasear al mundo del fútbol y hacernos la pregunta, ¿existe un presentador o presentadora feo o fea?

Esto se podría alargar por casi toda la programación televisiva, porque a no ser que se elija al malo de la serie, lo normal es que casi todos los actores y actrices del reparto sean, en términos canónicos, guapos. O al menos que no sean feos, si no es, como hemos dicho anteriormente, para remarcar con esa variación una condición añadida dentro de la trama, por lo que, llegamos en esta pequeña digresión a las puertas de la discriminación. Y si nos atenemos a las series que nos rodean, a esa discriminación se acumula a la de lugar de procedencia, color de piel, edad, y un largo etcétera que nos llevaría a entender que se transmiten unos valores que rozan la xenofobia, si no están directamente a su servicio.

Es clásica la utilización de la mujer en actitudes sinuosas como instrumento de venta, como adorno de concursos, una suerte de constante que por muchas denuncias y aparentes progresos de igualdad entre los sexos se mantiene o se incrementa de manera injusta. Ahora bien, en los últimos tiempos han ido apareciendo también iconos masculinos que más que de sus capacidades actorales se les califica como objetos de deseo. Aparecen en dos series de éxito, Hugo Silva, que vuelve con su personaje, incluso después de muerto precisamente por su tirón ante públicos muy excitados, a «Los hombres de Paco», y Miguel Ángel Silvestre, el gran acontecimiento del año como guapo y atractivo varón dando vida a «El Duque» de esa serie con el nombre más feo de la historia: «Sin tetas no hay paraíso». Como no se cuiden acabarán vendiendo calzoncillos.

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