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Maite Ubiria Periodista

Un hotel de cinco estrellas en Fleury y una cabaña en Pagola

Fue el titular con el que un popular magazine francés describía hace ya cuarenta años a la nueva prisión de Fleury-Mérogis. Una moderna cárcel destinada a recoger a las manzanas podridas para, previo programa de reinserción, devolverlas sanas a la sociedad.

Fue en 1968, el año de los sueños posibles, y también año del bautizo de esta macrocárcel que ahora unos prisioneros han filmado con cámara oculta.

3.873 detenidos para 2.855 plazas y cerca de 1.400 esclavos, perdón de presos que fabrican de todo -¿quizás también algún regalo que usted ofrecerá esta Navidad?- a cambio de un salario que les sitúa directamente en otro continente, pero eso sí a dos pasos de la Ciudad de la Luz.

Las imágenes se difunden desde la web de «Le Monde» y miles de internautas (más de 44.000 en las primeras 24 horas de difusión) se introducen con el video en unas duchas insalubres, en unos patios inhóspitos, en unas celdas destartaladas y sucias, para ver cómo un chaval del arrabal parisino se recalienta a fuego de aceite de quemar un plato precocinado que ha comprado a precio de delicatesse en el mako-eroski.

No conviene quedarse en la imagen, porque se sobrevalora su potencial para remover las conciencias. Bajemos al texto.

Miles de comentarios. ¡Qué gran debate virtual! Umh... una entresaca al azar de las opiniones nos devuelve a la cruda realidad. Muchos ciudadanos se preguntan si no es mejor que los malos se pudran en agujeros, para que aprendan, para que sepan que no se puede palear al prójimo para luego descansar a cargo del contribuyente... en un hotel de cinco estrellas.

Francia tiene unas prisiones de ignominia porque a muchos de sus compatriotas se la trae al pairo que el Hexágono se llene de guantánamos y alcatraces.

Algunos internautas se enfadan, critican que se muestre ante sus ojos la caverna. Prefieren no saber qué hacen esos a los que se paga el sueldo con los impuestos de todos por «ocuparse» de problemas que su gobierno no quiere resolver.

Y pese a ello, la palabra es vital. Por ella los collabo saben hoy que la sociedad más consciente está alerta y a su acecho, porque no quiere que secuestren sus derechos ni en Fleury ni en una cabaña de Pagola.

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