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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Ecos de Mestalla

Pasadas ya cuarenta y ocho horas del partido de Mestalla, ayer todavía resonaban los pitos dedicados al himno hispano. Por lo menos en la prensa. Sin ir más lejos, el editorialista de «Abc» fumaba en pipa tanto como un jefe navajo cabreado: «Algo falla en los resortes morales y políticos de una sociedad cuando los símbolos comunes son objeto de rechazo por sectores significativos de la afición de dos equipos tan representativos del fútbol español».

Luego reconocía lo que en realidad pasa: «Los hechos acaecidos en Mestalla son un pésimo síntoma del desapego hacia el fondo común de sentimientos compartidos que configuran una sociedad democrática». Será que no son tan compartidos, ¿no les parece a ustedes?

Pero el tío ofrece una solución: «Este tipo de acontecimientos de gran relevancia mediatica dejan la sensación de que falta mucho por hacer en el plano de la psicología social para reforzar los elementos comunes de la nación española y los símbolos que representan la unidad». Lo de la «psicología social» me ha intrigado.

José Antonio Vera, en «La Razón» sentenciaba: «El grupo de energúmenos de siempre la emprendió la otra noche contra el himno nacional de España y el Rey». Pues parece un «grupo de energúmenos» multitudinario, ¿no?

Cayetano González, en «Diario de Navarra» se aventuraba en la reflexión profunda y mostraba las fuentes de las que bebe: «Un taxista de Madrid me confesó que, como español y como ciudadano, había sentido bochorno al escuchar en la radio de su vehículo lo sucedido».

En «La Razón» también Antonio Martín Beaumont reflexionaba sobre la pitada y reconocía que «es una realidad molesta, pero ahí está: en las gradas de los estadios recogemos el fruto de 30 años de políticos con la cabeza debajo del ala». O sea, que hace falta más mano dura.

Y para coronar el pastel, la guinda. Ildefonso Ussia recordaba -añoraba, mejor- los años de Franco, cuando el equipo vencedor «era recibido por el Generalísimo en el Palacio de El Pardo en audiencia privada» aunque «existían los sentimientos nacionalistas ocultos. Los bucles melancólicos cobardes, que no se manifestaban». Los que sí se manifestaban eran Ussia y los suyos... para aplaudir a Franco, claro.

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