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Koldo CAMPOS | escritor

Globalización

Temprano comenzó a sangrar el rojo. A borbotones secos suicidó sus fulgores, gota a gota, pincelada a pincelada, ante la desolación de los demás colores, incapaces de evitar, yendo en su ayuda, tanta descolorida desgracia.

El verde presenció la roja desventura y, herida de muerte la esperanza, consciente de que el fin había llegado, eligió la sombra más lejana y se dejó caer desde su altura.

El amarillo, mudo testigo de la calamidad que los convocaba, no soportó asistir en silencio al verde derrame y al rojo desangrarse, vertiendo sus tonos y matices hasta sumarse al colectivo funeral.

Tampoco el naranja pudo quedar ajeno al general desplome de colores y, abrumado por la tragedia, terminó apagando sus vitales relieves y arrojándose en brazos del olvido.

El azul, que callado retenía en sus pupilas la tristeza de tanto desconsuelo, cerró también sus ojos para siempre, y ya jamás volvió a ser el azul.

Entonces el violeta comenzó a llorar lágrimas rojas y verdes y amarillas y naranjas y azules, tantas como colores se habían ido perdiendo pero, conforme aquellas lágrimas velaban sus difuntos, se fueron apagando, y una vez el violeta se despidió de pájaros y flores, hundió su maldición en el silencio.

Solo, sin nadie ya a su lado, el añil buscó a su alrededor aquellas gratas compañías con las que tantas lluvias y soles compartiera, aquellos otros colores, propios y diferentes, y por ello capaces, todos juntos, de pintar el cielo, y fue languideciendo al no advertirlos, hasta decolorarse y extinguirse.

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