Mikel INSAUSTI

Cuando Stephen Frears hace una mala película, que suele ser por suerte muy de vez en cuando, la hace a conciencia. En su adaptación del universo literario de Colette ha cometido todos los errores posibles, empezando por creer que este podía ser un material adecuado para reunir al equipo de “Las amistades peligrosas”. Aquel éxito artístico no se repite algo más de veinte años después porque el público no es tonto y sabe que le están dando gato por liebre. “Chéri” habría necesitado de intérpretes francófonos para transmitir un mínimo de autenticidad, pero en su traducción inglesa a la pantalla la obra parece ambientada en el Londres victoriano en lugar de en el París de la Belle Epoque. Lo peor de la función es el torpe recurso que Frears utiliza para aligerar el texto en lo concerniente a los diálogos, al llenar las secuencias habladas de música de fondo hasta sobrecargarlas, de tal modo que convierte la excelente partitura de Alexandre Desplat en algo insoportable, incluso fuera de lugar, debido a su vaga inspiración en Nino Rota.

 

El capítulo interpretativo es otro de los grandes desastres de “Chéri”, también por culpa de una dirección fallida por parte de Stephen Frears. Enfatiza demasiado la decadencia física del personaje de Michelle Pfeiffer, con lo que la actriz se convierte desde el primer momento en un puro cliché de la cortesana madura incapaz de retener a un joven amante a su lado. Poco o nada puede hacer ella, teniendo como pareja a un Rupert Friend que ni sabe ser seductor ni resulta atractivo, y como rival a una Kathy Bates de opereta bufa. De esto último pecan todos los secundarios, tan exageradamente excéntricos que hacen de “Chéri” una burda astracanada al estilo de Ken Russell. Es una pena que Frears haya sentido cierta superioridad intelectual frente a Colette y al folletín romántico, tan merecedores de consideración como cualquier otra fuente literaria de época. Y, si no, mejor que se dedique a las historias contemporáneas que tan bien sabe contar.