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«La curiosidad por conocer es lo que me inspira»

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Sir Norman Foster

Arquitecto

Norman Foster nació en Manchester en 1935 en un barrio humilde, arquitectónicamente «gris». Pero ese detalle sin importancia aparente no impidió que su imaginación le ayudara a convertirse en uno de los arquitectos más reconocidos mundialmente. Con más de 500 premios a sus espaldas y nombrado «Lord Foster The Thames Bank», desde su estudio Foster + Partners ha creado el mayor edificio del planeta el aeropuerto de Beijing, el viaducto de Millau o aquí cerquita, las bocas del metro de Bilbo.

Iratxe FRESNEDA | BILBO

Premiado por el público de Zinemaldia, el documental de Norberto López Amado y Carlos Carcas sobre la obra del arquitecto Norman Foster acerca al espectador hasta la obra de uno de los arquitectos con mayor reconocimiento de nuestros días. La cinta, rodada de un modo preciosista, revela la grandiosidad del personaje que se esconde tras sus trabajos.

Norman Foster, no abruma en las distancias cortas como lo hace el aeropuerto que construyó para Shanghái, pero su mirada revela la sabiduría acumulada durante años e impone cierto respeto. Parece un hombre sereno al tiempo que dinámico y hablar con él es como recibir una lección sobre la vida, la superación personal... Resulta algo llamativo el que alguien surgido de un barrio modesto de Manchester haya dejado su huella por todo el mundo, una huella bella, que perdurará en el tiempo.

¿Qué es lo que inspira a Norman Foster a la hora de crear?

Siempre he sentido curiosidad sobre lo que hace funcionar al mundo físico y abstracto. Encuentro inspiración en todo, suena un poco raro, pero así es. Puede ser que yo vea cosas que otros no ven... Es esa curiosidad por conocer lo que me inspira.

¿La arquitectura moderna, la que cuenta con importantes recursos económicos, busca impresionar, hacer un alarde de poder como lo hicieran antaño los edificios religiosos o los grandes sepulcros egipcios?

Todos marcamos el entorno en el que vivimos. Es muy difícil encontrar un lugar de nuestro planeta que no haya sido alterado por el ser humano. Vivimos en ciudades, en edificios que, obviamente, construimos. Desde luego la talla de nuestro trabajo es superior. Pero también nace de las emociones, de nuestro apego a la tierra. El edificio es la demostración de que somos capaces de hacer, más allá de la identidad política, algo que aporta significados. El edificio es la demostración del poder de las relaciones humanas, de la gente. La arquitectura siempre ha sido simbólica. El puente de Millau, es una celebración del volar, del viajar...

¿Cree que la arquitectura, a pesar de la grandiosidad de muchos de sus edificios, debe estar al servicio de las personas?

Sin duda. Acabo de venir de New York, de realizar una pequeña casa de campo y si lo comparo con el espectacular edificio del banco de Shanghái, reflexiono y creo que ambos proyectos, por grandes o pequeños que sean, tienen algo en común: los dos pertenecen a la gente que los habita. La arquitectura tiene que servirnos a todos nosotros, tiene que hacernos sentir bien.

Si existe algo que atemorice, no lo parece viendo el documental. Ha recibido los mayores reconocimientos (es ganador del Premio Pritzker y del Príncipe de Asturias de las Artes), ha vencido al cáncer... Parece usted, como definirlo, ¿indestructible?

(Ríe). No, más bien al contrario. Pienso que la arquitectura tiene que aprender del pasado. Tenemos que cambiar muchas cosas, entre ellas el modo de conseguir la energía. Yo siempre aprendo de la vida, todo es precioso, las relaciones entre las personas son preciosas... Pero los seres humanos somos imperfectos, en cualquier cosa que hacemos, lo somos. Al final aprendes que es la naturaleza humana. Tenemos que convivir con eso.

¿Qué tipo de arquitectura necesita y necesitará la humanidad en un futuro no muy lejano?

Existen un billón de personas que no tienen cobijo en el mundo. Me interesa lo que está sucediendo en los países emergentes. Hay que lograr más con menos, mucho más con mucho menos. Algunos proyectos en los que estoy trabajando van en esa dirección. Ese ha de ser un compromiso social. Algunos de los mejores proyectos surgen de las mayores dificultades. Uno de nuestros proyectos más interesantes es una escuela en Sierra Leona, el país más peligroso del mundo.

¿Le ayudó de algún modo el documental a conocerse mejor como persona, le descubrió algo que usted no supiera de sí mismo?

Sí, creo que es reveladora. Aunque tengo que decir también que ha sido una experiencia algo surrealista. Es raro verse a uno mismo en la pantalla y luego volver a la realidad.

Ha sido un trabajo de introspección interesante, me ha permitido volver la vista a mi infancia, mi juventud y darme cuenta de lo mucho que me dieron mis padres, ellos me dieron unos valores y yo he procurado transmitírselos a mis hijos. Me refiero a mis padres biológicos, pero también a todos los profesores que he tenido. Ha sido una suerte contar con esas buenas influencias y transmitírselas a los demás. Hay una escena en la película en la que mi hijo Eduardo y yo jugamos con una barca. Es evidente, en ese momento puede verse que soy extraordinariamente feliz. Me considero afortunado por tener una familia fantástica, amigos y un trabajo que me encanta.

 
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