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Anjel Ordoñez Periodista

Ratón, un toro que lucha por su jubilación

Se llama Ratón. Ronda los 12 años, edad notablemente avanzada para un toro. Si fuera humano, sería octogenario. Hace tiempo que es celebridad en el mundillo que rodea al lucrativo negocio de los cornúpetas. No pesa demasiado -apenas supera los 500 kilos- y ofrece un aire más bien distraído, apático. Instinto de supervivencia, o acaso simplemente oficio, que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Pasea su osamenta con dudoso garbo por las plazas en fiestas, por las calles de las localidades que desde tiempo inmemorial en el Mediterráneo español sueltan lo que llaman «bous al carrer». No corre demasiado y apenas embiste. Parece gandul, indolente, perezoso, se hace el remolón y, si me apuran, parece hasta un poco bonachón. Pero cuando lo ve claro, no perdona. Ataca veloz, certero. No conoce la piedad, no se contenta con embestir. Si puede, mata. Ratón. Un ejemplo a estudiar muy en serio por los expertos en la evolución de las especies, un paradigma de la especialización animal en la lucha por la supervivencia contra el peor depredador conocido: el hombre que hace negocios.

A su edad, cualquier otro ya hubiera sido sacrificado para llenar de chuletas el arcón de aquel restaurante de tantos tenedores. Pero Ratón sigue vivo, y sus dueños lo cuidan a cuerpo de rey. Mientras algunos lo llaman asesino porque ha matado ya a tres personas y ha propinado más de una treintena de cornadas, las autoridades hacen un llamamiento a la cordura y a la seguridad en la fiesta. Pero los organizadores de este tipo de festejos pagan hasta 15.000 euros por su presencia en los festejos. En las plazas, Ratón hace que las entradas se disparen de los habituales tres euros, hasta los quince (1.500 de las arcaicas pesetas). El olor de la sangre cotiza alto.

Tanto, que el dueño del animal ha pedido a las autoridades permiso para clonarlo y éstas parecen dispuestas a apoyar tal ocurrencia. No oculto mi simpatía por Ratón, incluso abogo por rebautizarlo como Super Ratón, pero su carrera lleva camino de convertirse en un sangriento monumento a la más peligrosa de las estupideces humanas: la avaricia.

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