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Raimundo Fitero

La gran broma

Hace diez años que se nos gastó la gran broma: entrar en la moneda única, el euro. Confieso que ha sido una de las transiciones más sencillas que yo he sufrido. No entiendo el mundo en pesetas, ni en francos, sino en euros. Y en su relación con el dólar. Desde la primera semana se produjo en mi disco duro esa transformación mágica, y soy capaz de ir del euro a la pesetas, con cierto engorro, pero se me hace imposible el viaje al contrario. Por lo tanto, me acoracé frente a la gran broma. No se trataba de un actitud europeísta ciega, sino de una autodefensa. Por lo tanto, y casi de inmediato, me dejé engañar, oculté la cabeza bajo el ala y no comparaba el precio del café, ni del pan para no alterar mi inocencia. No hablo del salario, para no llorar.

En este año horrible que abandonamos en estado catatónico, se ha puesto en duda la viabilidad del euro. No se ha terminado la ofensiva, es una posibilidad que todavía se mantiene como amenaza, aunque algunos analistas económicos, esos seres tan poco fiables, aseguran que sería la solución para algunos países cuya deuda soberana les está comiendo el futuro. No lo comprendo. Lo admito como una posibilidad más, en este mundo tan dependiente de decisiones globales, ajenas. Volver mañana a los duros como medida, sería un viaje por el túnel del tiempo. Un descalabro. Pensar esta opción me deprime. Quizás sea una solución en lo macro, pero un desastre en lo micro.

Pero hete aquí que para conmemorar este décimo año, se nos ofrecen cifras estadísticas comparativas, y ahí, todas las sospechas se vuelven certidumbres, pruebas, y se nos asegura que los salarios han subido en término medio un trece por ciento (¡qué optimistas son algunos!), mientras los precios de algunos productos de consumo básicos, de primera necesidad, han subido hasta el cuarenta y tantos por ciento. O sea, el famoso redondeo, ha sido al alza en los precios y a la baja en los salarios. Un redondeo en espiral, geométrico, que ha ido acumulando crecimientos descontrolados. Debe ser un sufrimiento constante traducir a pesetas el precio del pan o el del café con leche. Un sinvivir. La gran broma.

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