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Alberto Pradilla Periodista

«Garzón cabrón»

Podrías poner Garzón cabrón, que por lo menos rima». La gracia no es mía. Me la soltó un policía español mientras me daba collejas por colocar carteles contra la ilegalización de Segi. «Garzón faxista» marcó una década de movilizaciones antirrepresivas en Euskal Herria. Desde «Egin» hasta Batasuna, pasando por los cientos de vascos torturados que repetían su tormento ante la indiferencia del magistrado estrella. Entre ellos, personas muy importantes en mi vida. Con este bagaje, se comprende que la inhabilitación del togado no me genere la más mínima lástima.

Lo que me irrita es la nula sensibilidad mostrada por gran parte de la izquierda española, que ha convertido a Garzón en campeón de las libertades obviando su siniestro currículum. Denunciar el fascismo instalado en la judicatura y perseguir los crímenes del franquismo es necesario. Pero no hacía falta endiosar, aún más, a quien ha formado porte de ese entramado hasta antesdeayer.

Primero, el tema Gürtel. Como todo vale contra el independentismo vasco, nadie se ha rasgado las vestiduras por el espionaje sistemático a sus abogados. Usando la misma lógica, la progresía española apela al «se ha hecho siempre» como prueba de que la condena es política. Y en esto último tienen razón pero, señores y señoras de la izquierda española: ¿De verdad creemos que una sociedad más justa se construye pasándose por el arco del triunfo principios básicos del derecho?

La cuestión de las víctimas del franquismo es más dolorosa. Frente al Supremo, en la concentración de apoyo a Garzón, estuve con mucha gente que, objetivamente, está en mi lado de la barricada. Por eso, se me cae el alma a los pies al ver a hijos de represaliados entronando al juez que tanto sufrimiento ha provocado. Sin embargo, precisamente porque sabemos qué es el dolor, me pregunto qué haríamos nosotros si un magistrado, aún con historial deleznable, persiguiese a los responsables españoles de la tortura, Garzón incluido. Supongo que algo parecido habrían sentido los militantes comunistas italianos que asistieron a nuestra amistad con Francesco Cossiga, su exministro de Interior. Ellos, en los 70, gritaban «Cossiga boia (verdugo)», sinónimo de nuestro «Garzón faxista». Entiendo el clavo ardiendo de los perseguidos, no la conversión del juez cercenador de libertades en símbolo de derechos humanos. Sin olvidar que, si esta inhabilitación hubiese llegado antes, quizás trabajaría en un periódico con más años de historia y muchos compañeros no habrían pasado por la cárcel.

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