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Último acto del drama con final de catástrofe

El nombre de Carlo Ponzi sigue siendo importante para los economistas. Emigró, allá por 1903, desde Parma a EEUU con 2,5 dólares en el bolsillo y el sueño del millón de dólares en su cabeza. Y lo consiguió, al menos por un tiempo. Ponzi prometía a la gente que multiplicaría su dinero de forma milagrosa. Los primeros inversores recaudaron ganancias fantásticas. No sabían, por contra, que Ponzi usaba el dinero de los siguientes inversores para pagarles. El esquema continuó exponencialmente hasta que finalmente la estafa se descubrió. Bernard Madoff, financiero que en 2008 provocó pérdidas de veinte mil millones de dólares y paradigma de la crisis que cruzó el Atlántico, no inventó nada nuevo. De ahí nació el «esquema de Ponzi», el desastroso mecanismo según el cual se van pagando viejas deudas endeudándose con otras nuevas, alimentando así un proceso eterno de refinanciamiento de la deuda. En otras palabras, una pirámide clásica, o un efecto de bola de nieve. La bola de nieve se pone en marcha, según va rodando se hace más y más grande y, en el peor de los casos, la avalancha se lleva todo por delante. Desde personas hasta países.

Las economías de nuestro contexto no han actuado de manera muy diferente a ese esquema. Y aunque una Grecia en bancarrota, en llamas alimentadas por la desesperación, negociando hasta el amanecer el último acto del drama que muchos temen que terminará en catástrofe financiera, social y política ocupe los titulares, todas han sido inundadas de malas noticias y viejos pecados.

No solo Grecia, casi todos -gobiernos, políticos y consumidores- han estado viviendo por encima de sus posibilidades. Los gobiernos, siervos de unos mercados de los que dependen, reconocen en privado que el «esquema de Ponzi» nunca ha funcionado. Pero con la forma en que se está enfocando el combate a la crisis de deuda -siguiendo religiosamente el dogma de la austeridad- persisten en el error. Si la historia es un modelo, se puede esperar que todos tengan que pasar muchos años atrapados en el pago de la deuda. Dicho en otras palabras, la avalancha de la deuda es ya inevitable, la única cuestión a resolver es si Grecia -y los demás- podrán protegerse a tiempo.

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