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Crónica | el ambiente

La Bucarest real y la Bucarest rojiblanca

Aunque el grueso de la expedición llegará hoy a la capital rumana, los primeros aficionados rojiblancos comenzaron a llenar ayer las calles de Lipscani, la parte vieja de una ciudad caótica que se ha visto alterada por la gran final.

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Joseba VIVANCO | BUCAREST

«Algunas familias, la semana que viene, para comer yema y para cenar clara», aventura una mujer mientras observa las colas para embarcar rumbo a Bucarest en el aeropuerto de Loiu, mientras algunos, en la otra punta de la terminal de salidas, entonan el consabido ¡Athletic! Ocho vuelos cargados de ilusión saldrán en breve de la pista vizcaina. Hoy será peor. Serán nada menos que veintidós.

Poco más de tres horas después del despegue, el avión toma tierra, entre vaivenes, en el aeropuerto de `la pequeña París', justo detrás del `superJumbo' cargado de athleticzales. Hasta dieciséis autobuses aguardan. Se escuchan los primeros cánticos bajo un húmedo calor que sofoca. Con inusitada rapidez, los vehículos parten de uno en uno hacia sus respectivos hoteles, incluida la docena de cajas de `Codorniú' que una cuadrilla se ha traído consigo. Los miembros de la `Jandarmeria' se dejan ver; nadie se fotografía con ellos como con los `bobys' de Manchester. Estos dan miedo.

El guía, entrado en años, con aspecto de achispado, pronto corrige su «Bilbao» por «Athletic». Bromea. Su nombre es Stefan y fue quien guió a la expedición del Athletic que se enfrentó al Cluj rumano en la Intertoto de 2005... en la que caímos eliminados. O es un cachondo o cada vez parece más achispado. Detalla algunos consejos, entre ellos, que «también aquí hay chorizos y ladrones». Nos ponemos rumbo a `Bucaresti', a 16 kilómetros, y tras acabar su serie de recomendaciones, un gracioso, desde el fondo, pregunta: «¿Y los perros?». Stefan carraspea y contesta de manera elegante: «Hay perros». Otro pasajero le interroga: «¿Hay metro del hotel al centro?». Y Stefan responde con un escueto «sí», al tiempo que el gracioso de antes salta «¿y hay perros en el metro?».

En esas, llegada al hotel, a diez kilómetros del centro, maletas al hall, colas para las llaves de las habitaciones y ¡sorpresa!, las dobles son con cama de matrimonio. «¡Este hotel promete!», espeta un hincha mientras dirige una mirada de deseo a su compañero de militancia. Llenar el estómago con comida tradicional y a por un taxi que nos lleve hasta el Arena Estadio. Para diez kilómetros, media hora -cinco euros al cambio- en el atestado y asfixiante tráfico de la capital, y eso que al volante, Andrei Dumitrescu emula a Tom Cruise en alguna de sus escenas de acción, con contínuos y arriesgados zig-zag e interminables atajos en los raíles del tranvía. Inacabables avenidas, todas iguales. Monótona Bucarest.

El estadio, en mitad de edificios desconchados, con calles mal asfaltadas, emerge majestuoso, moderno. Anacrónico. Ni rastro de seguidores de un Athletic que entrena a esa hora, las 20.30 en Bucarest, una hora menos en Bilbo. Vuelta completa al campo. En su interior, la boca se abre de par en par. Uno se siente como un niño zon zapatos nuevos. Impresionante estadio para una final europea y más con el Athletic entrenando sobre la hierba. Pensar en Iraola o Gurpegi levantando la copa pone la carne de gallina.

Nuevo taxi -también con la reserva-, tráfico de mil demonios y, tras dejar a un lado la solitaria `Athletic Hiria' vigilada por el imperial y tétrico edificio del Parlamento rumano, hasta `Lipscani', el casco viejo bucarestino. La otra Bucarest. La chic. Y allí, alborota la afición rojiblanca, dándole a la cerveza, a los cánticos, al colesterol rumano. La noche es suya. «Aitor, Aitor, Aitor Zabaleta!», entonan al ver ondear una bandera colchonera. Bilbainadas, enseñas rojiblancas, bengalas, ikurriñas y un nombre propio en sus bocas: «¡A lo loco, a lo loco, a lo loco... a lo loco se vive mejor, Bielsa!».

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