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Udate | Carlos GIL, Analista cultural

Brasas

 

 

El corazón se abrasa con las emociones. El cerebro se abrasa con las subidas de voltaje de las conexiones terminales de los sentidos. Sobre las brasas de una civilización se esculpe en el aire un deseo que puede acabar en el embrión de otra era. Las etapas de la conciencia humanista se reflejan en una distribución de las funciones secundarias y el acomodo al horario solar. El día que los nómadas encontraron una cueva a la orilla de un río, empezó la cuenta atrás. Ver crecer los manzanos se convirtió en un espectáculo y el lanzamiento de pepitas de melón inauguró unos campeonatos jaculatorios que se interrumpían con la llegada de las piezas de caza mayor que completaban la despensa. Un día el fuego dejó brasas, y la noche se hizo más corta.

Cultivarse a sí mismo es una de las maneras de entender el concepto cultura. Tardó mucho en encaramarse a los discursos y a fomentar una estructura en la que no solamente la siembra o la domesticación de los panales o rebaños entraban en el ideario de evolución, sino que también empezó a apreciarse la labor del que se dedicaba a mirar a las estrellas, para contarlas o para bautizarlas, que siempre acababa haciendo sonar la flauta de caña para que aquella joven bailara acompañada por las palmas acompasadas del resto de la comunidad de la que de vez en cuando salía una voz capaz de alterar el paso de los vencejos. Llegó la antropología para darle sentido científico, se habló de civilizaciones con soltura rayana a la frivolidad y la cultura atrapada en palacios e iglesias tuvo un primer rescate con la llegada de la burguesía. Hoy estamos en tiempo de barbecho. Pero quedan unas potentes brasas que prenderán pronto.

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