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Manterola: «La escultura de Oteiza sacraliza el mundo, lo que es un rasgo antimoderno»
Oteiza es la representación de un planteamiento metafísico de la escultura, «entendiendo por tal el enfrentamiento entre materia y espíritu y utilizando para ello mil metáforas, como el vacío y el lleno, lo interior y lo exterior. Oteiza representa una encarnizada lucha consigo mismo. Es una de las causas por las que resultaba tan singular desde fuera. Creo que era un hombre que no quería a nadie y no odiaba a nadie, porque todo su amor y todo su odio estaban dirigidos a sí mismo», dijo ayer Pedro Manterola en el marco de una ponencia que incluyó uno de las descripciones más certeras que se hayan hecho del artista.
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DONOSTIA
Sabe todo sobre Oteiza. Lleva años conviviendo con su legado, en la cátedra de Oteiza primero y ahora en el museo de Altzuza. Tanto que ayer, durante la conferencia que pronunció en el curso de las jornadas de Eusko Ikaskuntza sobre el arte vasco bajo el franquismo, reconoció que a veces Oteiza le abruma y le cansa, «como me cansaba en vida». Para Pedro Manterola hablar de Oteiza, Chillida, Basterretxea y Mendiburu es hablar de su propia vida. Y así lo hizo, sin apuntes entre manos y sin apenas guión previo. Avisó de que iba a hablar «al margen de la ponencia» que ya estaba recogida en la publicación entregada a los asistentes.
Manterola comenzó su discurso con un divertido recorrido por las algunas de las escenas que marcaron la historia anecdótica del arte de la época. «Imaginen ustedes el momento en que Néstor Basterretxea va a Aránzazu y se encuentra con que el enorme mural que había iniciado, que tenía un título tan complicado como ‘Pecado, gloria y expiación’, había desaparecido de la noche a la mañana. Imaginen ustedes a aquellos novicios subidos en los andamios encalando a toda prisa las paredes. Es una escena hermosísima, aparte del dolor y la perturbación que provocó en un hombre como Basterretxea», dijo, por ejemplo.
Señaló que estas imágenes o el extenso anecdotario de Oteiza son la parte más superficial, aunque espectacular, de una pasión que atormentaba en la creación a un grupo de artistas que se propusieron una renovación profunda del arte vasco.
Se suele decir que el motor de la renovación artística fue el Oteiza. «Jorge atraía con su magia y era consciente de esa seducción que destilaba. Pero esa magia tenía poco que ver con su escultura. Hay dos Oteizas distintos, aunque había muchos más, porque estos artistas eran polifacéticos. Todos ellos escribían, hasta Mendiburu, que era reacio a someterse al imperio de la teoría, que era uno de los peligros que acechaba al grupo. Oteiza escribía de todo y no había expresión artística o no artística que se le resistiera», dijo y citó anécdotas que demostraban lo dicho. «Yo recuerdo haber oído decir a Oteiza que Koldo Mitxelena no sabía euskara y lo decía en serio. Verdaderamente tenía un concepto del saber que no correspondía con el concepto tradicional del término. También recuerdo que le decía a Luis de Pablo que no sabía nada de música. Eran hombres poliédricos, gigantes de un tiempo en que se tenía un concepto unitario de la cultura», señaló.
Pedro Manterola abandonó los rodeos para centrarse en el tema y dijo que Oteiza es la representación de un planteamiento metafísico de la escultura, «entendiendo por tal el enfrentamiento entre materia y espíritu y utilizando para ello mil metáforas, como el vacío y el lleno, la luz y la oscuridad, lo interior y lo exterior. Oteiza representa una encarnizada lucha consigo mismo. Es una de las causas por las que resultaba tan singular desde fuera. Creo que era un hombre que no quería a nadie y no odiaba a nadie, porque todo su amor y todo su odio estaban dirigidos a sí mismo», recordó Manterola. De ahí su tendencia a reducir al máximo la materia desde sus primeras esculturas. Proyectó algunas imágenes de esas esculturas en la pantalla, mientras seguía esbozando el retrato del escultor. «Sus primeras obras representan a un hombre sin entrañas, sin extremidades, un cuerpo sacrificado. Muestra el terror de su propio cuerpo, un conflicto que tenía con su cuerpo y que muchos compartimos, esa falta de acoplamiento. Si algo es la naturaleza del hombre, es ese hueco dentro de uno mismo. A lo largo de su vida va separando el cuerpo del espíritu, va negando el aspecto material de su naturaleza, se niega a asumir que es un cuerpo y se insulta. Para él, crear es quitar, es destripar. Pero llega un momento en que, al contrario, comienza a crear de una manera convencional, pero con material absolutamente nuevo que es el vacío. Toda la escultura de Oteiza tiene el objeto de sacralizar el mundo y desde ese punto de vista es radicalmente antimoderna», dijo Manterola.
Escenas para un cine vasco
Pedro Manterola cree que existen historias e imágenes vinculadas al arte vasco del período franquista que merecen ser trasladadas al cine. Citó la muerte del escultor Durrio, «el más interesante del Estado, muriendo en un hospital público de París»; la escena de los novicios arrancando el mural de Basterretxea en Arantzazu o la entrada de Mendiburu «con mascarilla y guantes blancos» a su última exposición en San Telmo. -
Toneladas que levitan e hierros que se doblan
DONOSTIA Chillida, según Manterola, detestaba las apariencias y por eso nos engaña, sometiendo a la naturaleza a sus leyes. «Sus piezas de 40 toneladas levitan, sus hierros parecen que se han doblado a la voz del artista», dijo. Habló del tema del límite en Chillida, del tema de la morfología del árbol en Chillida y en Mendiburu y de la serie cosmogónica de Basterretxea, a la que calificó como una de las obras cumbres de la escultura vasca de la época franquista.
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