La muerte de otro preso social en la cárcel de Langraiz provocó ayer una cascada de reacciones. Responsables institucionales, políticos y sindicales reclamaron la investigación de lo ocurrido y pidieron explicaciones a la responsable de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, quien, por lo demás, conoce de primera mano la situación de Langraiz.
Las circunstancias que concurren en la muerte de este preso son esclarecedoras del grado insoportable de degeneración, no ya sólo en lo referente a sus vetustas instalaciones y a sus precarios servicios, alcanzado por la prisión sita en Araba. La baja catadura moral de la dirección y ciertos funcionarios de la cárcel aflora, más nítida que nunca, ante esta nueva tragedia humana.
Natural de Bilbo y de 33 años de edad, F.M.O.T. se atrevió a denunciar al ex subdirector de Seguridad de la prisión, Mariano Merino, primero por el acoso del que fue objeto su compañera, igualmente presa, y a raíz de esa primera denuncia, por los maltratos sufridos por él mismo a cargo de funcionarios que obedecían al citado responsable.
El acoso y agresiones, de todo tipo, a que fue sometido provocaron en el preso una situación tal de angustia y terror que encendió la alarma de la juez que le tomó declaración, mostrando ésta su preocupación por el ahora fallecido.
Es evidente que algo falla en el sistema cuando, pese a haber sido llevado el preso a la prisión de Dueñas, se decide que, ante una citación judicial en Barakaldo, lo más correcto es que cumpla el periodo de tránsito en la cárcel en que ha denunciado que fue agredido y hasta inducido al suicidio. F.M.O.T llegó a Langraiz el pasado día 2, a la espera de pasar la diligencia judicial que completó el pasado jueves. A su regreso del juzgado se encontró con que su compañero de celda había sido trasladado. Solo en la celda, por la tarde aparecía muerto, colgado con una sábana.
La secuencia de los hechos nos sitúa ante una muerte anunciada. De ahí que ante una situación tan clara como la de Langraiz, pedir una investigación, que seguramente no concluirá en nada, se antoja insuficiente. Cuando se anuncia el cierre de ese monumento a la tortura llamado Abu Ghraib, en el Irak ocupado, la única reclamación posible, tras esta octava muerte en dos años en el centro de Langraiz, es el cierre inmediato de una prisión cuya existencia misma resulta ya insoportable. -