Maite Soroa
Han visto una «huelga salvaje»
Algún día habrá que consultar a un especialista en las cosas de la cabeza, pero estoy segura que algo raro les pasa por el coco a algunas y algunos ilustres colegas. Por ejemplo, Isabel San Sebastián está empeñada en descubrir la connivencia de Zapatero con ETA. Y por eso se empecina en decir cosas como la que sigue:«Cada día que pasa sin que el presidente del Gobierno condene los atentados de ETA asciende un grado el peligro que se cierne sobre nosotros. La banda le está poniendo a prueba y a estas alturas debe tener muy claras sus conclusiones: hagan lo que hagan ellos, Zapatero ‘tragará’. Le tienen cogido en sus redes, rehén de sus propios delirios de ‘paz’. Y el precio de esa tregua implorada desde La Moncloa sube a medida que transcurren las semanas». O sea que ZP no condena los atentados de ETA. ¡Pues que pidan su ilegalización!Y dice San Sebastián que no habrá tregua y que si la hay se romperá en mil pedazos, «ahora, una vez recuperada con creces la cotización política del tiro en la nuca o el coche bomba». Enrabietada como sólo ella puede, la San Sebastián dice que «eso es exactamente lo que ha conseguido la irresponsable actuación del ‘optimista antropológico’ y su fiel fiscal general: poner nuevamente en valor los crímenes terroristas, felizmente devaluados por el Pacto por las Libertades. Devolver la esperanza a Txeroki, Henri Parot, Josu Ternera o Arnaldo Otegi. Convencer a esos seres abyectos de que la sangre y el pavor ajenos les acercan paso a paso a la consecución de sus fines. Trasladar al bando de los demócratas la sensación de derrota. Colocar la Presidencia del Gobierno en manos de unos pistoleros conscientes de que un atentado mortal puede alterar el veredicto de las urnas». Lo que, en realidad, les pone enfermas es que perdieran en su día las elecciones en España y que, además, no las ganaran en la CAV, ahí donde ya tenían contratado el cotillón festivo en el Hotel Villa de Bilbao y de donde salieron con el rabo entre las piernas minutos después de abrirse las urnas. Ahí les escuece. Y así, en estadio de rabia perpetua, hablan de «una
huelga salvaje» que «nos retrotrae a los peores tiempos». Lo malo de ejercer de
corresponsal de guerra a quinientos kilómetros del lugar de los hechos es que se
termina por hacer el ridículo. ¿Huelga salvaje? pobrecita. - msoroa@gara.net
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