Me refiero, claro, a la racha que llevamos últimamente. Otra vez muertos en las cárceles, otra vez el dolor desgarrado, las informaciones contradictorias y sospechosas. Oigo a mi alrededor que Igor Angulo no murió por propia y valiente decisión, que otros le mataron. Sea así o no, el caso es que la situación de aislamiento durante años le llevó al trágico final. Como ya antes había ocurrido con otros doce presos vascos en los últimos veinte años.

Nos enteramos en nuestro «hábitat natural» de la Casa de Campo. La noticia corrió como reguero de pólvora, en uno de esos frecuentes descansos para buscar las pruebas que no aparecen. Luego vino el brindis frustrado del esponsorizado Gaitero Tricolor. Será cosa del hematocrito. Esperamos en Boceguillas, lugar de cita de tantos familiares de presos durante tantos años, y en donde, por cierto, nos dieron un pésame que creo sincero y sentido. De allí hasta Altube, le acompañamos en su último viaje a Euskal Herria. Dolor y más dolor.

Sin habernos recuperado aún del golpe, llega otra vez la noticia nefasta. Esta vez sonó más triste que nunca el Concierto de Aranjuez. La causa apunta a la magnífica asistencia sanitaria que se dispensa en las prisiones españolas y que ahora nos explican diariamente, haciendo bueno el dicho de excusatio non petita, acusatio manifesta. Al llegar a casa nos encontramos con el bálsamo que precisaban nuestra heridas, en forma de represión feroz de los actos de homenaje a los muertos de ahora y a los que hace treinta años fueron víctimas de las balas de los de siempre y por los motivos de siempre: defender con dignidad sus derechos individuales y colectivos.

Cuando escribo, asistimos al bombardeo del fracaso de la jornada de protesta convocada por la izquierda abertzale. En esto todos van de la mano, incluido el PNV, que como últimamente no se come una rosca está que trina. No merece la pena entrar en esas psicodélicas guerras de cifras que se lían cada vez que hay una convocatoria, sea de manifestación o de huelga, pero el señorito sabe cuántos peones no han ido al trabajo y qué costes ha tenido y toma nota. Otra cosa es lo que diga. Y hoy también más detenidos y más golpes. Ya no nos quedan ni lágrimas; se nos ha secado el lacrimal.

Para recuperarnos necesitamos reírnos, y analizando la situación desde otros parámetros, en el tema del reparto de hostias, observo una contradicción evidente, porque en lo más verde de Euskal Herria nos machacan los rojillos (no de Osasuna, ¿eh?) y en cambio en las zonas m´ss secas de Nafarroa se emplean los verdes. ¿Será para refrescar? Acabo con un sucedido real que me contaron como ocurrido en Arrasate, según el cual, un alma cándida se acercó al jefe de los rojillos y le preguntó: Oiga, ¿qué es de más categoría, sargento o zipayo? -