Los candidatos opositores reconocían antes de los comicios su fracaso para hacerse con el triunfo por al escaso apoyo popular que «todavía» tenían. De ahí que esta cita deba interpretarse como el primer paso dentro de un guión elaborado fuera de Bielorrusia, probablemente en Vilnius, capital de Lituania, y centro de las maniobras extranjeras para derrocar a Lukashenko.Quienes apostaban por un nuevo «cambio de régimen» al estilo de las llamadas revoluciones de colores de Serbia, Ucrania, Georgia o Kirguizistán, han errado en sus predicciones. Probablemente, al igual que los candidatos opositores, han analizado y planificado una campaña en torno a parámetros occidentales, alejados de la realidad de Bielorrusia. Así, tanto Milinkevich como Kazulin han mantenido un mensaje y una imagen acorde con un público occidental, mientras que la población bielorrusa no era objeto de mensajes en consonancia con sus demandas.
Ese desconocimiento u ocultamiento de la realidad del país se ha contagiado también a muchos medios occidentales. Han obviado que en los últimos años, el salario medio ha aumentado considerablemente, han desdeñado el importante apoyo popular que tiene Lukashenko, sobre todo en las áreas rurales, y no han querido ver a una sociedad que mayoritariamente demanda continuar con la actual estabilidad económica, que quiere seguir recibiendo sus pensiones sin demoras, mantener el actual acceso a la vivienda y que no desea ver a su país inmerso en conflictos e inestabilidades sociales como los países vecinos.
Es cierto que el sistema actual que preside Lukashenko tiene importantes deficiencias, pero no alcanzar el «label democrático» occidental no debe convertirse en la excusa para acabar con él, sobre todo si tras esa pantalla de declaraciones y demandas democráticas, los actores exteriores y sus aliados bielorrusos buscan un «cambio de régimen» que prime sus propios intereses y no los del pueblo bielorruso.
En los próximos años, si las circunstancias y las
presiones externas se lo permiten, Lukashenko continuará con el desarrollo de
los sectores públicos de la agricultura y la industria, al tiempo que mantendrá
sus buenas relaciones económicas y políticas con Moscú.
Oposición
Los analistas se preguntan hasta cuándo podrán mantener los líderes opositores esa imagen de unidad. Las experiencias vecinas hacen prever que los intereses personales no tardan en aflorar cuando estos supuestos paladines de la democracia ven cerca el poder. Si a finales de 2005 los diferentes segmentos y coaliciones de la oposición fueron capaces de unirse en torno a un «solo candidato», en buena parte debido a las presiones exteriores, también es cierto que en esa fotografía quedaron fuera algunas figuras como Andrei Klimov, Alexander Voitovich, Valeri Frolov o Sergei Skrebets que no dudarán en maniobrar para lograr una mejor posición en el futuro.Si el principal candidato de la oposición, Alexander Milinkevich, ha protagonizado los espacios en Occidente, no hay que olvidar la figura del otro Alexander, Kazulin, que puede ser la carta que guardan los actores extranjeros para un futuro a corto y medio plazo, a pesar de que sus resultados han sido los más pobres en las elecciones.
La búsqueda de apoyos entre la inteligentsia, la élite urbana y algunos sectores estudiantiles, unida a una campaña de marketing occidental, ha hecho que la oposición deje de lado inconscientemente los temas prioritarios para la mayor parte de la población, cuyas prioridades eran más «materiales» en aspectos sociales y económicos.
Organizaciones como Khopits (basta) o Zubr (bisonte) han impulsado buena parte de las protestas intentando configurar un escenario similar al que vivieron las llamadas revoluciones de colores vecinas. Sin embargo, su escasa presencia fuera de la capital y su dependencia de los fondos extranjeros no les ha permitido canalizar sus deseos en la forma planeada. La llamada «revolución del lazo azul» ha fracasado de momento.
La historia tampoco juega a favor de la oposición
bielorrusa. Bajo el mismo guión que ahora, fracasaron en las elecciones
presidenciales del 2001 y en el referéndum del 2004. Algo similar ocurre en
torno a las manifestaciones populares, siendo la impotencia el rasgo fundamental
a la hora de movilizar las supuestas protestas desde 1997. Los 15.000
manifestantes de ahora, aún siendo una cifra relevante, no reflejan ni de lejos
el sentir de la mayor parte de la población. La falta de un liderazgo creíble
sería la guinda que preside la incapacidad de la oposición para llevar adelante
el tan ansiado «cambio de régimen» que buscan en Washington y en Bruselas..
La industria de la libertad
Si la oposición prima intereses particulares sobre los de la población, otro tanto ocurre con los actores extranjeros. En este mundo unipolar, tanto la UE como la OTAN apuestan por asentar su propia hegemonía en el continente. Para ello hay que frenar el auge ruso y en ese puzzle, Bielorrusia es una pieza clave.Estados Unidos, por su parte, quiere mantener aliados firmes dentro de la UE que le permitan influir en su política, al tiempo que recela del auge ruso. Para ello ha encontrado en Polonia la marioneta ideal. Varsovia, al tiempo que defiende sus propios intereses, está haciendo el trabajo sucio de Washington. Consciente de que su posicionamiento puede costarle caro, el gobierno polaco pretende influir en Bielorrusia para «asegurar sus intereses geoestratégicos y energéticos». Algo parecido ocurre con los países bálticos, Ucrania o la República checa, que pretenden frenar cualquier alianza entre Minsk y Moscú.
En diciembre pasado, se reunieron en Vilnius más de 50 representantes de exteriores y ONGs para «coordinar y repartirse los millones de dólares» que prometieron EEUU, la UE y otras instituciones. Esta cumbre tuvo la desfachatez de autoproclamarse como «la industria de la libertad», dejando claro cual es el interés que les mueve.
La presencia de manifestantes mediáticos en las calles de Minsk ha servido para alimentar páginas y espacios en los medios de comunicación occidentales, pero conforme pase el tiempo y la prioridad informativa se desplace a otros puntos del planeta, la presencia de esas protestas desaparecerá y entonces esos opositores tendrán que hacer frente al duro invierno informativo.
Las presiones de la UE y EEUU no van a cesar, de momento el pulso mantenido parece que se decanta a favor de Bielorrusia, ya que la población del país ha entendido que el triunfo de la llamada oposición significaría privatizar y desmantelar el sistema económico y social actual, para abrir de par en par las puertas al modelo liberal y occidental, y los frutos que han visto en otros países no son de su agrado.
Rusia no se queda atrás en este escenario, y no hay duda que desde Moscú y otras capitales se seguirá con atención también el devenir de Bielorrusia y de Ucrania, que celebra elecciones parlamentarias el 26 de marzo, y donde se puede escenificar un nuevo pulso entre todos los actores en escena. -
(*) Txente Rekondo: Gabinete Vasco de Análisis
Intenacional (GAIN).