A lo largo de la última semana si algo ha quedado claro son dos cosas. Ninguna de ellas, por cierto, arroja grandes novedades al panorama, pero no por ello está de más reseñarlas. La primera es que la Audiencia Nacional española ha vuelto a confirmar su papel de instrumento político que osci-la a un lado o al otro, aunque siempre apuntando al Norte. Nada nuevo bajo el sol. La segunda, que la sociedad vasca tiene el músculo suficiente, lo demostró ayer de nuevo en las calles de Bilbo, para recorrer el largo, duro y difícil maratón que le queda por disputar para ganar la paz con libertad.

Una ha visto y oído tanto que nada debería sonarle demasiado desafinado. Pero que gentes del PNV, hijos e hijas de aquellos a los que saquearon y multaron durante décadas los franquistas y sus colaboradores, lancen ahora vivas al tribunal de incautaciones no deja de chirriar. ¡Qué alegrón que a Otegi, a Petrikorena y Olano, y también a Díez y Barrena, les den «sólo» una sacudida más en sus magras alforjas!

Será porque mi poder adquisitivo dista mucho del que gozan las clases dirigentes, pero me deja temblando que una huelga en la que se han cometido delitos tan graves como ­leo en el auto de Grande-Marlaska­ el precintado con palillos de unas cerraduras, salga por la friolera de 950.000 euros.

Los mismos señores y señoras que, escudándose en el mal menor, aplauden hoy al confiscador han hecho una y mil declaraciones contra «la extorsión», y las han aderezado con preocupados diagnósticos sobre las graves consecuencias a futuro para el tejido empresarial. Afortunadamente bien solvente, si nos atenemos a los informes de resultados que presentan estos días las principales corporaciones vascas.

Nada que objetar a ese apoyo, pero ¿no son víctimas de una extorsión bien denunciable ese medio centenar de vascos y vascas que el año pasado dejaron en las arcas de la Audiencia Nacional 1.351.000 euros? ¿Se le ocurre a la clase política algún que otro parchecito social que poner con los 1.662.000 euros de los que se incautó el mismo tribunal en 2004?

Por suerte, los miles de pasos andados en Bilbo resuenan hasta dejar sin eco a las palabras vanas, y esa fuerza social que empuja hacia un futuro mejor compensa también con creces las ausencias, en particular las que afectan a la vergüenza o a la dignidad. Ahora, lo que urge es ser solidarios, y arrebatar cuanto antes al usurero sus preciados rehenes. -