Las agendas de muchos rubricarán el 22 de marzo de 2006, a las 12.15 horas, con letras que digan: hoy, día histórico: Alto el fuego permanente/Su-eten iraunkorra. La palabra «rubricar» quiere decir marcar con trazos rojos («rubrum»). Pero para la inmensa mayoría los trazos serán verde esperanza, porque la decisión anunciada por ETA marca una dirección sin retorno hacia la paz y la normalización, que debe desembocar en el reconocimiento y respeto democrático de todos los derechos.
Esperanza, esperanza, ¿palabras, palabras? Como quiera que sea, buenos días, democracia. Ba zen garaia! Se ha hecho esperar, pero es posible que ahora sí cuaje y fructifique.
Se pide desde todos los foros que la ciudadanía se movilice, se implique, tome parte. Quiero secundar esa llamada con esta elemental contribución, llena de buena voluntad y cordialidad.
Cada uno hará comenzar esta historia desde donde le haga llegar la teoría interpretativa que le guíe. Unos verán en ella una película de buenos y malos, otros un largo proceso de liberación, con su peaje doloroso por ambas partes, habrá quien contemplará en ella la cámara de los horrores. Como quiera que sea, es nuestra historia que viene de lejos. Nada surge por generación espontánea, sino por encadenamientos y secuencias de causas y efectos, y, también hay que decirlo, la siempre imponderable casualidad.
Los colectivos humanos de todo el mundo se han ido viendo sometidos desde el principio a violentos movimientos, como la tierra misma a movimientos tectónicos, hasta verse confor- mados en su forma actual. Algunos nunca han encontrado un encaje perfecto, como lo estamos viendo hoy mismo en múltiples casos: Chechenia, Sahara, Montenegro, Kurdistán... Para no ser excepción, la experiencia de los pueblos que han tenido cabida en la Península Ibérica está marcada por invasiones, convulsiones, guerras, conquistas, expulsiones e incluso revoluciones. Las guerras civiles, los pronunciamientos militares, las represiones han dejado escasos tiempos de acalmía, en que culturas plurales convivían amistosamente e incluso colaboraban. Los planes uniformadores, que han llevado a deplorables pérdidas de señas de identidad, como la lengua, están en el pensamiento de todos.
¿Por qué marrar esta oportunidad que se nos brinda hoy? ¿Cómo ser aguafiestas de esta esperanza que ha brotado en el corazón de muchos? Creo que estamos en un momento histórico por dos razones. Porque, por primera vez en la historia de este rincón del mundo, se ofrece la oportunidad de arreglar las cosas sin armas. Ni legales ni ilegales ni alegales, con la palabra, democráticamente. Y porque ahora, si somos más civilizados y demócratas, podemos lograr un mejor encaje y anclaje de todos y todo.
En resumen: ¿armas?, la palabra; ¿método?, la democracia, es decir la voluntad soberana del pueblo; ¿horizonte?, los derechos individuales y colectivos, todos; ¿Políticos, jueces y fuerzas coercitivas?, servidores del pueblo, y no paradigmas de la arbitrariedad. ¿Qué es si no establecer leyes o impartir justicia y aplicarla por medio de los cuerpos represivos como si se hiciera por aspersión: enchufo la manguera y al que le mojo le mojo?; ¿obispos y creyentes?, compañeros respetuosos, leales y solidarios con las esperanzas humanas, como lo anunció el Vaticano II.
En estos tiempos «después de la batalla» habrá grupos particularmente afectados que tendrán que hacer un esfuerzo especial. Entre otros, hay tres que me vienen a la cabeza:
1. Las víctimas. Ninguna atención, ninguna compensación es ni será suficiente, pero no deben caer en dos errores. El primero en ser vectores o condicionadores de las decisiones políticas que se vayan imponiendo, y el segundo en caer en una especie de corporativismo victimal, es decir en considerar como víctimas sólo las suyas. Por desgracia, víctimas ha habido muchas y de muchas clases y todas necesitan atención. Desde las mortales en ambos bandos, hasta las afectadas por la represión múltiple en ámbitos civiles, culturales e incluso religiosos.
2. Los profesionales de la comunicación. Ha proliferado un género literario que tenía su origen en las vísceras y en las gónadas. El dicterio, el ataque feroz, la calumnia, el insulto y otras categorías similares deben ser erradicadas y sustituidas por el análisis, la crítica, el rigor y otros recursos literarios más correctos.
3. Los afectados por el «odium sui». Este término que se acuñó entre las dos guerras mundiales para designar en Centro-Europa a los intelectuales judíos que se dejaron arrastrar al odio contra los propios compatriotas, o contra la cultura e idiosincrasia judía, puede ser aplicable entre nosotros a no pocos miembros de la comunidad vasca. Frecuentemente la decepción, el despecho, la vergüenza de lo propio tiene bases objetivas y subjetivas, pero nunca ese sentimiento puede ser definitorio del propio pueblo o de las características que lo señalan como diferente. Es insoportable y desolador oír a un hijo o a una hija hablar mal de su madre o de su padre.
Todos debemos quitar del campo de batalla los cascotes y morralla acumulados. Sacar lo mejor de nosotros mismos y mirar al futuro con generosidad. No va a faltar ilusión y empeño. Que seamos el mayor número posible los que nos impliquemos en este recorrido que desemboque en la paz y en la justicia. Lo dice hermosamente el poema de León Felipe: «Voy con las riendas sueltas/ Refrenando el vuelo,/ Porque no es lo que importa/ Llegar solo ni pronto/ Sino llegar con todos/ Y a tiempo».-