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Gara > Idatzia > Kultura 2006-04-09
Doug GOODKIN | Educador musical
«Todo el mundo tiene oído musical; eso es una invención social»
Doug Goodkin es toda una autoridad en enseñanza musical. Lleva 31 años como profesor en la San Francisco School, donde intenta aplicar a los niños de corta edad un método de aprendizaje «natural», tal y como lo ha visto hacer en las sociedades africanas e indonesias. Estos días visita Bilbo.

Reside en San Francisco, California, pero habla un casi perfecto castellano que ha aprendido en sus viajes a lo largo y ancho del mundo. Dedicado a la educación musical, difunde el método Orff Schulwerk por todas partes, convencido de que la música hay que aprenderla «de la forma más natural posible». Músico de jazz, se dice «eternamente agradecido» a los africanos que trajeron esta música a América «a costa de tanto sufrimiento». Doug Goodkin ha participado estos días en Bilbo en el Congreso Internacional sobre Escuelas de Música, donde ha hablado sobre la función social de estos centros.

­¿Cuál es la función social de las escuelas de músicas?

La música es un instrumento fantástico para desarrollar el sentimiento de pertenencia a algo. Cuando tocamos música, entramos en relación con los demás en armonía. Es una conversación que nos da placer al oído y al corazón. Todos los niños tienen el deseo de pertenecer a algo, de estar unidos a algo. Así que, en vez de pasar horas ante los videojuegos, esa energía se puede dirigir a tocar la guitarra, que da muchas satisfacciones. En Estados Unidos hay estudios que demuestran que en los reformatorios no hay ningún niño que haya cantado en un coro o haya tocado en una banda. La música ayuda a pertenecer a una comunidad y eso evita que se junten para hacer cosas malas.

­Esa es la idea de la película «Los chicos del coro».

Sí, sí, y es una historia real. Y hay muchas historias sobre niños de la calle en Brasil que son recuperados para la sociedad a través de su participación en un musical.

­¿Y si el niño no tiene oído musical?

Eso es una invención social. Yo creo que todo el mundo tiene oído musical. Sólo hay que desarrollarlo. Si un niño nunca ha cantado en familia, la primera vez que cante no le saldrá bien, pero jamás debe ser apartado de la música por eso. Es como si a un niño le impiden jugar a baloncesto porque no acierta de primeras a meter canasta. Eso no quiere decir que no haya diferentes niveles de talento. A unos les costará menos y a otros más; es como el lenguaje oral: unos hablarán mejor y antes, y otros más tarde, pero todos aprenden a hablar. Ese es el trabajo que yo hago con el método Orff Schulwerk.

­¿En qué consiste ese método?

Primero hay que tener fe en que todo el mundo tiene aptitudes para la música. En lugares como el oeste de Africa, Brasil o Bali la educación musical empieza dentro de la tripa de la madre. La madre baila embarazada y, cuando nace el niño, sigue cantando y llevando el ritmo con el niño colgado a la espalda. En estas culturas el niño aprende música a la vez que aprende a hablar. Es la forma natural. Si no vivimos en un lugar de ésos, hay que buscar otra manera que sea lo más natural posible. Yo empiezo con niños de tres años, y ya es un poco tarde. Comenzamos con pasos muy sencillos. Jugamos a hacer un ritmo con el nombre de cada niño, y con su sonido. Canciones, movimiento, instrumentos pequeños... todo vale para que los niños vayan descubriendo lo que pueden hacer con la música y con su cuerpo.

­Esto puede servir para los niños pequeños. Pero, ¿cómo implicar a adolescentes?

Es más difícil, a no ser que lo hayan hecho desde niños. Tenemos los instrumentos Orff, que son xilófonos de madera y metal, bajos, altos y sopranos, y que son muy fáciles de tocar. Pueden formar enseguida una orquesta y llegar a entender cómo crear una pieza de música. A los adolescentes les puede dar miedo cantar o bailar, pero les interesa tocar, sobre todo instrumentos de percusión.

­¿Cómo aprendió música usted?

De la peor manera, que es la tradicional. Mi primera lección no fue de música, sino de solfeo. Eso es como aprender a leer antes que a hablar. Tomé lecciones de órgano y piano desde niño y llegó un momento que podía tocar a Bach bastante bien, pero no entendía lo que estaba tocando. A los 17 años tuve una crisis, porque me di cuenta de que no podía bailar, no podía improvisar ni cantar. Entonces empecé a descubrir el blues y el jazz y a experimentar con las improvisaciones. Después trabajé el método de Orff Schulwerk, que me ayudó muchísimo, porque te hace sentir el ritmo en todo el cuerpo y te anima a improvisar.

­¿Se sigue enseñando mal en las escuelas de música?

En muchas sí y es una lástima. Pero uno enseña como le han enseñado a él. Por eso es muy importante que los profesores tengan conocimiento de que existen otros métodos. Yo hago muchos cursos de difusión y sé que para muchos maestros es como si se les abriera el cielo.

­Usted es un gran viajero. ¿Qué países le han llamado la atención por su relación con la música?

Tengo que decir que en todo el mundo no hay un país en el que la educación musical se dé como debe ser. Siempre es una lucha. Pero hay culturas en las que la música todavía vive en la sociedad, como en Brasil. Allí preparan el carnaval todos: abuelos, padres y niños. Todos se juntan para tocar con cajas de cartón y palos. Allí no hay música en la escuela, pero se aprende en la calle sin querer.

­¿Conoce algo del folklore y la música vasca?

Ayer estuve en el taller-demostración que ofreció Juan Mari Beltrán sobre instrumentos populares vascos y aluciné. La txalaparta, el txistu, la trikitixa, la alboka... ¡impresionante! -


 
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