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Gara > Idatzia > Mundua 2006-04-09
José STEINSLEGER
De Ollanta a Humala
De 1980 a 2000, organizaciones humanitarias estiman que 80.000 personas murieron por causas políticas en Perú. 4.000 por año, 11 por día. Tragedia que el 7 de febrero de 1964, en la Plaza San Martín de Lima, el legendario jefe guerrillero Luis de la Puente Uceda anticipó en pocas palabras: «La crisis de Perú es la crisis del sistema. La democracia representativa es una farsa».

En octubre de 1968, sensibles ante el hambre, la miseria y las causas que originaban la lucha guerrillera, una promoción de militares nacionalistas liderados por el general Juan Francisco Velasco Alvarado (1910-77) derrocó al presidente Fernando Belaúnde Therry. La llamada «revolución peruana» cimbró la espina dorsal de la feroz dominación racista y oligárquica del país andino.

Siete años más tarde, el general ultraderechista Francisco Morales Bermúdez, miembro de la secta Moon, revirtió el proceso del Chino Velasco (quien era cholo). El curso antimperialista y las reformas sociales impulsadas «desde arriba» por los militares fueron congeladas. En 1980 Belaúnde Therry retornó al poder.

Negadoras de la lucha de clases (concepto que tiende a ser entendido como invento del marxismo), las almas democráticamente puras creen que los extremos ideológicos se tocan. Sin embargo, las terribles y complejas confrontaciones políticas acontecidas en el pasado cuarto de siglo en el Perú dibujan una herradura antes que líneas convergentes.

En el decenio de 1980, Sendero Luminoso sostenía que en el plano sicológico debían crearse «nuevos valores», explotando «... las contradicciones internas que se presentan en las fuerzas reaccionarias», y en el plano material debía causarse el «desorden necesario de la vieja sociedad... organizando a la población, satisfaciendo sus necesidades en las zonas liberadas, así como militarizándolas».

Sendero asesinó a diestra y siniestra. Miles de luchadores sociales ajenos a su línea fueron víctimas de la «justicia revolucionaria». Por su lado, la «justicia contrainsurgente» del Estado neoliberal ­Belaúnde Therry, Alan García (1985-89), Alberto Fujimori (1990-2000)­ no fue menos benévola y asesinó cinco veces más, diluyendo en luto y dolor los «nuevos valores» de los unos y los otros.

En noviembre de 2000, tras refugiarse en Japón a raíz de múltiples escándalos financieros, El Chino Fujimori (o sea japonés) anunció por fax su renuncia a la presidencia. Meses después, aquel descendiente del imperio del sol naciente fue sustituido por El Cholo Alejandro Toledo, descendiente del imperio del sol incaico y el Banco Mundial.

En Machu Pichu

Especulando con su perfil étnico, Toledo se hizo entregar en las ruinas de Machu Picchu el «Champú de oro» (bastón de mando). Docenas de músicos indígenas vestidos de rojo soplaron pututos, instrumento musical hecho de caracoles. Con los brazos abiertos, el presidente dijo: «He querido enviar un mensaje al mundo, que aquí, en el ombligo del mundo, se realizó una cultura milenaria de la que me siento orgulloso».

Chocha con su cholo de Harvard, la primera dama Eliane Karp, ciudadana franco-belga («no me nacionalicé porque la Constitución peruana es atrasada»), explicó en quechua a los periodistas boquiabiertos: «Ahora volverán los tiempos que deseaba Tupac Amaru y de todos aquellos que supieron mantener viva la tradición. Es el tiempo de Pachacutec, quien fue el inca más importante del Perú».

Dos años después, cuando el 71% de los peruanos desaprobaban la gestión de Toledo, doña Eliana declaró: «Soy muy dura hacia mis enemigos y muy dulce con los que quiero. No perdono a los traidores, ni siquiera dentro del partido». En enero de 2004 la popularidad de Toledo apenas superaba 8,1%.

El teniente coronel (R) Ollanta Humala Tasso era uno de los «traidores». En octubre de 2000 Ollanta y su hermano Antauro intentaron un golpe de Estado contra el presidente Fujimori.

Hoy Ollanta apunta como favorito del electorado en las elecciones presidenciales del domingo.

Admiradores de la cultura preincaica chanca, que tuvo su esplendor en el sudeste peruano, los Humala se identifican peligrosamente con Andrés Avelino Cáceres, un general que continuó la guerra tras la derrota de Perú con Chile (1879-83) y que más tarde fue presidente. De ahí el nombre de su movimiento «etnocacerista».

Isaac, padre de los Humala, es un viejo luchador socialista que en su hijo Ollanta ve la rencarnación de un antiguo personaje del teatro inca: el valeroso general Ollanta, a quien por no ser de sangre real el inca denegó el amor de su hija Cusi Ocoyllur.

Siglos más tarde (1781), a raíz de la rebelión de Tupac Amaru II, el visitador general José Antonio de Areche estableció penas muy duras para quienes asistieran o actuaran en las representaciones de Ollanta y, que los seguidores de Tupac Amaru escenificaban en los pueblos del Cusco para facilitar la prédica de sus planes independentistas y reformadores. -

© “La Jornada”


 
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