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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-04-25
Francisco Larrauri - Psic�logo
Aprendiendo a pactar

La violencia ha estado presente en todas las sociedades, pero en el siglo XX, uno de los m�s violentos de la historia de la humanidad, perdieron la vida por con- flictos armados, seg�n organismos internacionales, m�s de 191 millones de personas. Estamos, pues, ante una moderna experiencia en guerras y, por tanto, en pactos, cosas no distanciadas entre s� y que normalmente se imponen a las partes al fin de un conflicto. Y en este final, proceso terap�utico por excelencia, si se quieren desarrollar las bases de un consenso m�s o menos amplio y reparador, las garant�as impl�citas y expl�citas de �xito reclaman no caer en la tentaci�n de s�lo exigir unilateralmente a una parte, pues cada parte en conflicto tiene, de l�gica, sus v�ctimas y tambi�n su personalidad espec�fica, con sus protagonistas y con determinados sectores sociales implicados.

Otra caracter�stica de los procesos de paz, ya sea en formato personal, familiar o colectivo, debido a la dificultad para experimentar el dolor subjetivo del otro, es que no est�n exentos de emociones y demonios que pueden convertir a los participantes, en admirables y sanos protagonistas, pero tambi�n, por el contrario, en m�s v�ctimas, si cabe, del odio, del rencor y de las preocupaciones. En estos procesos, si un bando apuesta por la asimetr�a del dolor, como nos movemos en un espacio �ntimo, intangible, en que afortunadamente no es posible medir la ratio de razonable, el otro estar�a legitimado para preguntar: �hacia qu� parte?, por lo que es aconsejable despejar todos los productos inconscientes de la imaginaci�n y reforzar los aspectos m�s conscientes y m�s saludables de la raz�n para construir o manejar una nueva historia.

Por tanto, seg�n la participaci�n y la forma de pactar, existen m�ltiples modelos y posibilidades de negociaci�n. Podemos resaltar una, por su proximidad y por la importancia hist�rica que se le otorg�, para ver los resultados que la tozuda realidad est� demoliendo y resituando.

En 1975, a la muerte del dictador Franco, el Estado espa�ol us� interesadamente el t�rmino reconciliaci�n para sugerir un final de guerra iniciada por los militares facciosos que el 18 de julio de 1936 se sublevaron contra la II Rep�blica Espa�ola, legalmente constituida y democr�tica. La vituperada transici�n pactada permiti� que el ej�rcito rebelde �ejercito victorioso�, sin pedir perd�n ni aceptar que incurri� en graves violaciones de los Derechos Humanos, y a pesar de las calamidades que protagonizaron hasta el �ltimo d�a, ben�vola e indulgentemente se alzara de nuevo como garante y defensor de un pueblo reprimido a hierro y fuego durante cuarenta a�os. Que era un pacto inspirado, para s�lo una parte, los vencedores, e intervenido por vencedores, queda reflejado en la lucha mantenida hoy todav�a entre los partidarios de la memoria (la de los humanos es muy corta) y el olvido oficial de la Historia que se impone desde ciertas instituciones.

Y la se�al fundamental para entender que la transici�n fue poco mod�lica, con una negociaci�n y una paz m�s impuesta que elaborada, son los postulados esgrimidos sesenta a�os despu�s del final de la guerra civil por el cardenal Rouco Varela, como reflejo de una iglesia tradicionalista y v�ctima: �no hemos querido hacer ni lo uno ni lo otro (acto de arrepentimiento y reconciliaci�n), porque nos parece que no hubiera sido justo ni oportuno�.

En el presente vasco, con una dura negociaci�n y con un posible futuro de nuevos tratados, por el negro horizonte que dej� en Euskal Herria los pactos de aquella transici�n, ser�a bueno averiguar qui�n tuvo intereses en aquel enga�o y qui�n fue el falsificador en aquellas fechas, porque no estamos como afirma Nietzsche ante la necesidad de un olvido creador sino, por el contrario, ante un hist�rico pacto con la imperiosa necesidad de una memoria creadora y reparadora.

Despu�s de a�os de guerra, los agentes pol�ticos espa�oles declaran que est�n verificando la voluntad del alto el fuego de la organizaci�n ETA, y que actuar�n como siempre, desde Euskal Herria verificaremos tambi�n si en esta ocasi�n van a huir de la verdad y a disimular de nuevo la historia. Reclamar s�lo a una parte y concentrarse en el poder representativo que imagi- nativamente (s�lo en la imaginaci�n) han pose�do es ocultarse sine die a la realidad, porque el estilo de vida de los vascos ya est� moldeado con unos cimientos hist�ricos. Estos cimientos y moldeado legado, han sido asumidos en las conciencias de los que nos vamos, pero tambi�n en las de los que vienen. Y este estilo y esta v�a son los que seguir�n nuestros hijos con su timing psicol�gico, es decir con su ritmo y su momento oportuno, de acuerdo con la din�mica emocional que subyace a todo acto humano. -


 
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