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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-05-09
Fernando Tapia - Diputado para las Relaciones Sociales e Institucionales de Gipuzkoa
Veinte años celebrando el Día de Europa

Hace ahora veinte años, el primero de enero de 1986, el Estado español ingresaba en la entonces Comunidad Económica Europea. Pasaron 24 años (fue en 1962) desde la primera solicitud oficial y once desde la segunda (en julio de 1977), ya en democracia. Era ésta la tercera ampliación de la comunidad (también ingresó Portugal) desde que ésta viera la luz en 1957, con el Tratado de Roma.

A pesar de las dudas y preocupaciones iniciales ­la amenaza que para la economía vasca podía suponer el desembarco de las grandes potencias industriales del norte, más competitivas que la nuestra, con altas dosis de paro y con una reconversión industrial sin terminar­ muchos han sido los momentos históricos que hemos vivido desde entonces: sucesivas ampliaciones, desaparición de las fronteras internas, nacimiento del euro como moneda común para toda la Unión... y Euskadi, y Gipuzkoa están a la cabeza en el cumplimiento de los objetivos de Lisboa, que quedaron definidos de la siguiente manera en el año 2000: Convertirse en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible con más y mejores empleos y con mayor cohesión social. Podemos por tanto afirmar que los nacionalistas vascos que en el Aberri Eguna de 1933 reivindicaron el binomio Euskadi-Europa eran personas con gran visión de futuro, y seguramente estarían orgullosos de ver lo que sus descendientes hemos sido capaces de lograr.

Sin embargo, si importante es la llamada declaración de Lisboa y la situación de Euskadi en relación a los objetivos en ella planteados, no lo es más que la declaración histórica que Robert Schuman realizó el 9 de mayo de 1950, que dio el pistoletazo de salida al proyecto europeo: «Europa no se hará de un golpe ni será una construcción de conjunto: se hará por medio de realizaciones concretas creando, desde el comienzo, una solidaridad de hecho». Y es importante porque subraya precisamente el objetivo de la construcción europea: la solidaridad y la paz. Es mucho lo avanzado, sin duda, como mucho es lo que aún queda por hacer; muchas son las luces que iluminan este camino, pero no son menores las sombras.

Y entre las luces de la Europa que nos viene debemos mencionar, sin duda, la Carta de Derechos Fundamentales, que fue proclamada en Niza en diciembre de 2000, que ayudará sin duda a conformar un sentido de pertenencia a la Unión a través de la creación, el reconocimiento y la protección de la ciudadanía europea, que otorgará a todos los ciudadanos europeos los mismos derechos, con independencia de la nacionalidad que posean o elijan, o del lugar de nacimiento. Si Europa cuenta algún día con una constitución, no cabe duda de que esta Carta de Derechos Fundamentales deberá quedar reflejada en ella.

Y entre las sombras debo mencionar en primer lugar el tratamiento que reciben las regiones. Hoy son miembros de la Unión Europea países menos poblados y menos extensos que algunas de las regiones ya existentes, y que contrariamente a estas regiones disponen de representación en el Consejo y en la Comisión. Por no poner más que un ejemplo, Euskadi tiene más población que Eslovenia, Estonia, Chipre o Malta. Nuestra lengua cooficial, el euskara, no es oficial en Europa, aunque sea utilizada por más europeos que otros idiomas oficiales sólo porque son idiomas oficiales de un estado.

Pero hay también otra cuestión: los que son más escépticos con el proyecto reprochan a la Unión Europea que ponen el acento en los aspectos mercantiles en detrimento de otras áreas más «políticas» como pueden ser la política exterior de la unión o las cuestiones sociales o «de solidaridad».

Y lo cierto es que a estos escépticos no les falta razón, si nos fijamos cómo, a partir del Tratado de Maastrich (1992), que da inicio a la Unión Europea como tal unidad política, se pone el acento en las restricciones presupuestarias que se imponen a cada estado y cómo éstas afectan en primer lugar a los sistemas de protección social. Europa parece así la excusa para la introducción en sus estados miembros de un liberalismo económico cada vez más semejante al norteamericano. Añadamos a ello la reciente integración de diez nuevos estados miembros, casi todos ellos provenientes de regímenes económicos centralizados, deseosos de una integración liberal, con unos costos salariales muy inferiores incluso a los de los países de la Europa a quince más baratos y la consiguiente amenaza, a menudo utilizada por las grandes empresas, de la deslocalización.

De hecho, esta dimensión «mercantil» aparece desde el principio en el proyecto de construcción europea. Los Monnet, Schuman, Adenauer... eran conscientes de que las prácticas proteccionistas y unos estados demasiado encerrados en sí mismos dieron pie a la guerra y a la ruina consiguiente y por ello consideraban que el desarrollo de los intercambios comerciales eran el primer paso hacia la paz. Es por ello que la institución original que da nacimiento a esto que hoy conocemos como Unión Europea es la Comunidad Europea del Carbón y el Acero CECA y lo que nace en 1957 con el Tratado de Roma es la Comunidad Económica Europea CEE.

Ahora bien, la demanda ultraliberal de desmantelamiento del estado de bienestar no tiene cabida, afortunadamente, en Europa. Hay un cierto «modelo social» que forma parte ya del acervo comunitario y al que los ciudadanos no están ­no estamos­ dispuestos a renunciar. La Europa económica y la Europa social son, sin duda, compatibles. Pero tal vez haya que cambiar el enfoque. Tal vez haya que pasar de una filosofía «curativa» o reparadora de los efectos negativos del paro y de la exclusión (la sustitución del salario por un subsidio de desempleo, una prejubilación, una renta básica...) a otras políticas «preventivas» o positivas, hacia un gasto social que suponga una «inversión en el futuro»: lucha contra la pobreza infantil, educación y formación que supongan una mejora del nivel cultural de las personas, que tendrían de esa manera mejores recursos para hacer frente a una situación complicada, integración definitiva de la mujer, haciendo compatible la vida personal y la profesional... sustitución progresiva (aunque nunca total), en definitiva, de gasto social por inversión social.

Hoy Europa, y nosotros con ella, cumple 56 años ¡y los que le quedan por cumplir! La aventura sigue siendo apasionante. Algunos ya lo dijeron en 1933. -


 
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